Ellas están aquí, lo sé. Las muertes me esperan afuera de la habitación. Ellas están sentadas afuera, inmóviles, atentas y en espera, me esperan a mí. Y yo sé que están ahí. Las intuyo, las siento, las veo... las huelo. Y yo sé que me están esperando, han venido por mí. Me encuentro dentro de la habitación, acurrucado bajo las sábanas, temeroso de los sueños que están por venir. Temeroso de cerrar mis ojos y verlas ceñirse sobre mí.
Y quizás ustedes crean que la vida es muy larga, pero eso termina cuando están muriendo. La vida se me había hecho una carga, un largo y penoso camino a recorrer hasta ahora. Ellas están allá, al otro lado de la puerta, esperando expectantes a que se marque la hora final. Cuentan el tiempo segundo a segundo, minuto tras minuto. Y mi corazón palpita al mismo ritmo, como si fuese un viejo reloj que pronto cesará y llegará a su último latido.
¡Oh mujer, no los dejes pasar! ¡Mantenles a raya, no dejes que entren en mis aposentos! Tiemblo con miedo y un sudor frío de tan solo pensarlo, de estar a merced de estas tres sombras que me han perseguido durante mi vida, ¿quién diría que esas tres me causarían mi fin? ¿Y qué podía hacer yo? Debatirme entre la vida y la muerte, ocultarme bajo mis sábanas.
—Belén... —musité con una voz débil, bastante apagada. Podía sentir el sudor frío mientras las veía en mi mente del otro lado de la puerta, sentadas, quizás mofándose de mi desgracia, de la escena que quizás estaría montando.
—No los dejes pasar.
—¿A quiénes? —escucho tu voz que parece estar a la lejanía, confusa y trémula.
—Nadie, nadie. —Me limito a sacudir mi cabeza y alzar la sábana hasta la altura de mi mentón, mirando de reojo de forma nerviosa a la puerta. De nada sirve que te lo diga, ¿cómo podrías verles? ¿Cómo podrías entenderlo? Ni yo lo hubiese hecho si me lo hubieran contado. Puedo escuchar ahora sus risas al otro lado de la puerta, me imagino sus mandíbulas abriéndose y cerrándose en una risa bizarra, extraña.
—¡jojoi, jojoi,jojoi ajganak! —les escucho decir y las imagino asentir. Y más que preocuparme por ti o por mí me preocupo por ambos.
¿Qué será de ti cuando yo deje este mundo, y qué será de mí cuando esté del otro lado sin ti? No me canso de preguntarme. Antes muerto contigo que vivo y sin ti. Tengo tantas cosas que hacer, tantas cosas que hacer contigo. Más bien tenemos tantas cosas que hacer juntos. Tenemos que ir a Corea, ¡amas Corea! Y tenemos que ir a Canadá porque quiero conocer a Canadá. Tenemos que hacer esto y aquello, y ni hablar de una familia juntos.
Y ahora estoy aquí, acostado en esta cama temeroso de los sueños que vendrán al dormir, o del inevitable final que ha de caer sobre mí, y lo que pasará contigo y lo que será de mí.
—Te amo, Belén. —Susurro casi en silencio, más para mí que para ella. Y escucho las risas cesar del otro lado de la puerta. Están listas. El momento ha llegado. —Y hay tantas cosas que no te dije ni hice, y lo siento tanto. —Cierro los ojos al sentir sus manos sobre mi rostro, limpiando el sudor frío que resbala por mi frente, y sus manos acarician mis cabellos en un vano intento por calmarme. Mi voz se apaga mientras las veo entrar en silencio y postrarse a mis lados.
—Déjame solo, Belén. —Ella asiente con una sonrisa y yo tomo su mano, la acaricio con mi pulgar y le dedico una sonrisa de soslayo, y le digo lo mucho que la amo.
—Te veré más tarde. —dice.
—Nos vemos pronto. —respondo. Y ella frunce el ceño al no entender mis palabras pero se marcha. Y me deja ahora solo en la habitación, con las lágrimas amenazando dejar mis ojos y escurrir por mis mejillas, y es que, ¿qué otra cosa puedo hacer frente a mis tres muertes?
Y es que ya lo he dicho antes: Vive y ama las cosas sin pasión, para que esa misma pasión sea la que ocasione tu muerte. Y aquí tengo mis pasiones finales, o eso creo yo. Una es la pasión a la soledad, otra es la pasión a mí mismo y mi última pasión -pero no por menos importante- fue ella. Y pareciera que fuese ella quien causó mi muerte.
Así que sal de aquí, lector. Déjame solo, con mis tres muertes.
- Alguien en algún lugar.
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