jueves, 31 de mayo de 2012
Todo ocurrió un frío martes por la noche
—Bésame. —Demandó simplemente, salido de la nada. Rompiendo el silencio entre nosotros.
Nos encontrábamos en una banca en el parque aquella fría noche de Mayo, bajo la luz de una farola que despedía un tono amarillento, y hacía danzar las sombras que se creaban a nuestro alrededor. No había personas, no había nadie más que nosotros. Suponía que eso era bueno, siempre había sido tímido y reservado con gente a mi alrededor, la simple idea de que alguien escuchase nuestra conversación -sí es que así se le podía llamar- me hacía estremecer, casi podía decir que me daba asco la sola idea.
—¿Dónde? —Sonaba resignado, y es que no podía ponerlo de otra manera. Era casi un juego masoquista entre ambos, como un intercambio o una promesa silenciosa. No nos queríamos de esa manera, pero habían esos ratos donde la soledad carcomía el alma, y un simple momento se convertía en todo. No sé como explicar esta extraña relación entre ella y yo.
—En eso te fijas tú. —Respondió. Parecía un reto, eran esos los momentos que más valían entre nosotros, los que cambiaban esos días, noches, a todas horas. Era como un juego, una tentación en la cual caer era imposible. Siempre le dije que me recordaba a la viuda negra, o a una araña en sí. Me gustaban los insectos. Creo que podemos aprender mucho de ellos. Esa forma tan singular y paciente que tienen de tejer sus redes y esperar el momento justo para recibir un beneficio. Ella era como una araña, y yo era la mosca o el pobre incauto que había caído en sus redes. Ya no sabía que estaba diciendo, sólo sentía su mirada clavándose en mi rostro, esperando una respuesta que no había llegado; irritada, quizás frustrada. La vi ponerse de pie, apunto de marcharse.
Me puse en pie y la tomé por el brazo, halándole hacía mí en un "no te vayas", mis manos hallaron sus mejillas y se amoldaron a ellas dándole suaves caricias. Mis labios rozaron su frente y dejaron un beso en esta, luego en la punta de su nariz y finalmente sus labios, presionándolos ligeramente, apenas un simple roce de ellos.
—Romántico empedernido. —Me susurró, alzando la vista hacia mí y con la burla evidente en su mirada.
—Trato de darle el romanticismo necesario a esto, mujer. No jodas. —Respondo un poco exasperado, no puedo evitarlo. Pensaba que las mujeres siempre han deseado alguien así, o un momento así bajo una farola a las 2:00AM, en compañía de un amigo que es casi un extraño y una fría soledad.
—No dije que no me gustaba.
—¿Entonces te gusta?
—No dije que me gustara.
—Qué irritante eres, mujer.
Y así nos habíamos quedado, con mis manos en sus mejillas, las suyas reposando a sus lados, bastante tensa y dejando un momento incómodo entre nosotros.
—Y mira que tocarme y besarme así en la madrugada... debería denunciarte.
—No lo harías porque me quieres.
—¿Quién sabe? Tal vez sólo te estoy mintiendo hasta que saque algo de tu bolsillo. —Le escucho susurrar de forma perspicaz, sin inmutarse, sin cambiar la seriedad de su rostro, casi ocultando una sonrisa.
Y yo no puedo evitar sonreír, todo es un intercambio de sonrisas y palabras, un juego entre nosotros. —Entonces ese beso me va a costar un par de billetes.
—Puede que sí. Imagínate si hubiese sido largo... —Esquivó mi mirada, bajando el rostro. Seguro había sonreído. Odiaba cuando me evitaba ver sus sonrisas, eran cosas pequeñas que valían más que la pena.
—¿Cuánto me costaría el largo?
—Para llegar a ese tiene que haber una combinación. Quizás varios cortos, luego más largos, profundos y continuar, no sé.
En ese momento su sonrisa afloró y una risa se filtró de entre sus dientes. Ambos sabíamos lo que queríamos, ambos sabíamos que ese beso lo cambiaría todo, o esa noche por lo menos. No esperamos más. Sus labios estaban frente a los míos, entreabiertos y esperando; como diría el buen Cortázar, en un recinto donde un aire pesado va y viene.
—Como si tuviésemos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. —le recito.
Ella se dedica a sonreír. Solamente me mira y sonríe, reconoce a Cortázar. Y es que no era de sorprender, ¿cómo podría yo besar a alguien que no conociera a Cortázar? ¿O a Sabines? ¿O a Benedetti? ¿O a Neruda? O a... Y dejé de pensar. Simplemente dejé que mis brazos -tengo serpientes en lugar de brazos, diría Sabines- se enroscaran en su cintura, y sus brazos rodearon con lentitud mi cuello. Nuestros labios se devoraron, y nuestras lenguas se encontraron... en un recinto donde un aire pesado va y viene.
Soy feliz, porque esa noche me llevé un par de esos besos, y mi bolsillo mantiene sus billetes. Creo que es la madrugada más feliz de la semana.
"Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."
- Alguien en algún lugar.
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