miércoles, 27 de junio de 2012

Me desangro en tinta entre mis páginas


Me desangro en tinta entre mis páginas. Porque esa es la muerte en vida del escritor. Los hombres engendran niños y los escritores engendran libros, decían. No pueden estar más cerca de la verdad, digo yo. El escritor no está aquí para engendrar niños ni hacer crecer el índice de natalidad, sino tan sólo traer al mundo libros, historias, cuentos, esperanzas. Me desangro en tinta entre mis páginas porque esta noche es noche de escritura. Es la noche en la que la luna, la ciudad y el aire me cuentan sus historias y secretos, historias que quedan plasmadas en miles y miles de hojas, y la gente descubra los secretos bajo los suelos que pisa.


Me desangro en tinta entre mis páginas porque esa es la muerte en vida del escritor. Desperdiciar sus horas escribiendo, plasmando sus sentimientos, anhelos, sueños y lágrimas en un libro. Me desangro en tinta entre mis páginas porque un escritor no se olvida, un escritor es inmortal. Me desangro en tinta entre mis páginas porque el espíritu del escritor vive en sus libros día a día, y es recordado y leído por sus lectores, a todas horas, en todas partes del mundo. El escritor vive en sus libros. Si quieres conocer el alma de un escritor y no la faceta que todos ven entonces lee sus libros, dicen. Yo creo plenamente que el alma del escritor, o un pedazo, vive en cada una de sus historias, y llena de paz o esperanza a alguien en algún lugar.


Yo quiero vivir en mis historias, quiero existir entre mis páginas. Quiero que la gente me recuerde entre el perfume de los libros, me vea entre sus páginas olvidadas y gastadas por el tiempo. Yo quiero existir eternamente.


Por eso me desangro en tinta entre mis páginas.


Escrito e imagen por: Alguien.







lunes, 11 de junio de 2012

Un Escritor (Otro).



Sus labios poco a poco descendieron por su mentón, bajaron poco a poco hasta su cuello. Ella susurró un suave "te amo" cuando...

—Mierda, no. Intentemos de nuevo.

Sus manos se deslizaron por su espalda, remarcando el camino de su espina hasta la parte baja de su cintura en un ir y venir simultáneo de sus dedos. Sus respiraciones agitadas, el ir y venir de su pelvis en un vaivén que...

—Mierda, tampoco. —Refunfuñó.

Una a una las hojas volaban de la máquina de escribir, eran estrujadas en sus manos y lanzadas al bote de basura a sus espaldas, compresas en una perfecta forma circular. Tomó una bocanada del porro que sostenía con debilidad sobre sus labios, dejando escapar el humo por su nariz mientras una nueva hoja era colocada en el lugar donde, segundos antes, su sucesora se había encontrado.

Noche tras noche escribir era una nueva historia, al menos un cuento corto para aquellas revistas de pacotilla era casi una tortura, y su novela seguía inconclusa en alguna parte del libro de su habitación, esperando ser continuada. Una biografía plasmada entre hojas mezlcadas de ciencia ficción, drama y comedia, una obra maestra, sin ninguna duda.
Pero no podía continuar, tenía que sentarse noche tras noche para traducir canciones, escritos, textos de un idioma a otro: francés, latín, español e inglés o escribir cuentos pequeños que le dieran un sustento, todo para revistas que le pagarían un sueldo mísero, pero que necesitaba.

Pasó sus manos por la cara, frotándola con desgano y estrés. Para ese momento el porro había llegado a su fin, dio su última calada y lo apagó en la esquina de la mesa, lo lanzó al bote de basura y arrastró las cenizas al suelo con las falanges de sus dedos. Estaba frustrado, cansado, irritado. Isabella, su musa, poco a poco parecía llegar a su fin. Después de tantas historias escritas sobre ella las ideas poco a poco llegaban a su fin; pero él no podía dejar que eso ocurriera, no. Dejarle de escribir era dejarle ir, dejarle ir era dejar de recordar, dejar de recordar a alguien es dejar de existir.

—Existimos mientras alguien nos recuerde.

Esa era la razón de porque escribía de ella, a todas horas, en sin fín de historias, de anécdotas, dibujos de ellas en bancas, mesas, servilletas, tranvías y letreros en la calle. Ella existió, existía y seguiría existiendo, inmortalizada entre sus páginas. Así que robó un porro de la gaveta de Blatch, en silencio. Lo encendió y soltó una bocanada de humo contra el vidrio de la ventana, dejándose bañar por la luz de la luna.

—Creo saber todo de ti. Sé que el día de pronto se te hace noche. Sé que sueñas con mi amor, pero no lo dices. —recitó a Benedetti en silencio, apenas una oración entre labios—. Sé que soy un idiota al esperarte, pues sé que no vendrás. Te espero cuando miremos al cielo de noche: tu allá, yo aquí, añorando aquellos días en los que un beso marcó la despedida,quizás por el resto de nuestras vidas.

—Y sé que no vendrás. —Concluyó.

Volvió a su asiento, su escritorio pulcro y limpio, todo perfectamente acomodado y la hoja en blanco en espera de ser utilizada, o desechada. Tomó una segunda bocanada del porro y acomodó los lentes sobre su nariz.

—Y ella era... —comenzó a escribir. Sí, hoy era una de esas noches, noches de Isabella. Noches de camisones, de juegos en solitario. Noches de melancolía: noches de ella.


— Alguien en algún lugar.



miércoles, 6 de junio de 2012

Belén.


Belén.

Ella es Belén.
Belén es de un cabello largo, suave y negro.
Es de ojos grandes, cafés, dulcísimos y vivos.
Belén es de sonrisa amplia, sincera, abierta.

Belén es de un cuerpo largo y esbelto.
De palabras dulces y francas, pero ciertas.
Belén es dueña de un corazón grande y honesto,
de un corazón bondadoso.

Ella irradia paz, irradia esperanza.
Irradia tranquilidad, irradia felicidad.
Ella iradia luz.

A Belén le gusta mantenerse en movimiento, le gusta bailar.
A Belén le gusta ir bailando por la vida, por los caminos; le gusta ir bailando calle por calle, plaza por plaza.
A Belén le gusta mostrar la felicidad que lleva en su corazón.

Belén es única.
Belén es hermosa,
es fantástica,
es dulce,
es increíble.
Belén es Belén.

Belén, aunque lo niegue, es una estrella.
Es una estrella guía.
Nos señala el camino a todos.
Belén es la guía, el camino y la meta misma.
Belén es Belén.

Nunca la conocerás del todo,
siempre va a sorprenderte con algo nuevo.
No dirá cuando todo le va mal,
te regalará una sonrisa a cambio.


Belén es estrella,
es madre de todos.
Belén es una flor en medio de un jardín descuidado,
es un oasis en medio del desierto.

Belén es luz, es estrella, es madre, es única.
Belén significa salvación.

Yo amo a Belén, con cada parte de mi ser.
Amo sus sonrisas, sus risas, su voz.
Amo sus manos, amo sus ojos, amo su felicidad.
Amo su alma, amo su ser, amo su todo.

—¿Qué no puedes amar de ella? —Pregunto yo.

Su terquedad quizás.
Su silencio,
su enojo.
No, mentira. Amo todo aquello también.

Belén es vida.
Es esperanza,
es felicidad,
es pureza.

Belén es todo esto y a la vez más.
En simples palabras: Belén es Belén.

- Alguien en algún lugar.




Don't let me go.


—Don't ever let me go. —Ella susurró en su oído, mordiendo y succionando el lóbulo derecho de su oreja, atrapándolo entre sus dientes.

—Desde luego que no. — Él replicó, apenas extendiendo sus comisuras en una débil sonrisa. Sus manos ocupadas deshaciendo el brassier. —¿Por qué dejaría ir lo más importante que ha entrado a mi vida?

Y es que, si lo piensan, era estúpido. ¿Quién le cerraría las puertas al brillo que ha entrado iluminando sus vidas?

- Alguien en algún lugar.