La pluma temblaba en mis manos, queriendo echarse a volar sobre las hojas para plasmar historias, ideas, pensamientos y un sinfín de emociones que parecían deseosas de materializarse. Pero simplemente nada salía, mi mano estaba inerte, como si no tuviese vida y mi mente estaba en blanco. Mis ojos estaban cansados y mi espalda acalambrada de tantas horas de estar sentado en aquella lúgubre habitación, a la luz de una lámpara que iluminaba de forma tenue y parpadeante a momentos.
La estancia estaba en la más profunda oscuridad salvo por la luz de la llama que parecía danzar sobre la vela. El lugar sólo era adornado por un viejo librero vacío lleno de polvo que se fue acumulando por los años y aquel viejo escritorio en la esquina de la habitación donde me encontraba.
Solía encerrarme ahí desde hace unos días, meses quizás. Desde que ella me había abandonado. Este era mi refugio, el lugar donde no existían problemas salvo yo, en la compañía de las palabras, de mis versos. Pero desde hace seis meses, desde que ella se marchó, jamás volví a escribir. ¿Cómo podría escribir cuando mi musa había salido de mi vida?
El tiempo parecía no existir en la soledad de la habitación, todo estaba detenido y el momento era uno, era eterno. Y así fue como lo concebí, escribiría -o más bien, describiría- a la mujer perfecta, pero perfecta para mí.
La pluma se posó nuevamente sobre las hojas y tenía una extraña sensación sobre mi espalda, excitación quizás. ¿Cómo debía ser esa mujer perfecta? Lo sabía, lo sabía. No debía ser como ella.
Debe tener boca y lengua para hablarme, para besarme, para disfrutar. Para llenarme de "te amos" sinceros.
Debe tener brazos para rodear mi torso, para sostenerme y no demarme caer ni que yo caiga.
Debe tener manos para acariciar mi rostro, mi cuerpo; para sostener mis manos y entrelazar nuestros dedos.
Debe tener ojos para verme a mí y sólo a mí.
Y un cuerpo que yo pueda tocar, sentir, degustar, un cuerpo esbelto que pueda ser mío, de nadie más.
De piel clara como la nieve y de cabello oscuro como la noche.
La pluma se escurre entre mis dedos. Mujer perfecta, mujer mía, mujer de nadie. Eres palabras en un escrito pero existes. Vives por mí.
Existes porque te pienso, y vienes si te nombro, y desapareces si te olvido.
- Alguien en algún lugar.
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