lunes, 16 de julio de 2012
Noche estrellada.
—Al escenario subiste un poco "duro" —me dijo el Negro, ya más suelto con una sonrisa franca.
—Pero sólo duro por los nervios.
—¿Por qué? ¿Porque sos careta o porque no tenés plata?
—Digamos que porque en esta ciudad de mierda aún no tengo amigos.
—¡Ahhh! —dijo él—. Sos de los que no compran. De los que aceptan de los amigos.
—Muchas veces también de los enemigos.
El Negro me miró de reojo por dos segundos. Serenamente serio. Luego volvió a clavar la mirada en la ruta. La noche estaba estrellada, pero estábamos atravesando un paisaje boscoso y de montaña, por los tanto, todo era muy oscuro.
—Está todo bien —dijo el Negro sin sacar los ojos de la ruta a la que conocía perfectamente.
—¿A dónde vamos? —le pregunté sin miedo, sólo para saberlo.
—A la casa de unos amigos. Te vamos a convidar con lo que quieras. Para empezar, ¿qué te parece un porro?
—Para empezar no. Para seguir... El whisky estaba bueno, y un porro me parece mejor.
El Negro despegó un imán del tablero que tenía una estampa pequeña de San Cayetano y del otro lado de la imagen, con una cinta scotch, estaban pegados dos porros, blancos, gorditos, y graciosos.
—Decime una cosa, ¿pega fuerte o manso? —le pregunté, como pidiéndole un favor, para saber como debía fumarlo.
—¿Por qué me preguntas? ¿Estás medio volado ya?
—No, no estoy. Soy. Y tengo que cuidarme un poco.
—Bueno, entonces cuídate. Yo no puedo cuidar a nadie.
En el momento en el que el Negro dijo eso, empezaron a asomarse mis cuervos y escuché a uno de ellos que me decía: "me parece que el recreo terminó".
Cuando fumo al aire libre, no aparecen los cuervos, pero el aire estaba libre. Yo no.
El paisaje oscuro era imponente y se hacía mucho más hermoso con el correr del humo por mi cabeza. Yo lo disfrutaba, pero sólo hasta el límite de mi campera. De alguna manera, creo que el Negro lo intuía, entonces decía:
—Está todo bien, está todo bien.
Y me lo decía realmente contento.
Iconos.
Tal vez mientras escribo tú estés dormida, pero aún así estás en forma de luna blanca resplandeciente. Escribo a las doce porque es mi escudo contra los engaños. Dicen que las personas dejan de mentir cuando es media noche y dejan de mentir porque el miedo a lo que digan las estrellas es exhuberante, lo que le puedan ir a decir a las personas en su brillo, en su luz. Tantas iluminando un cielo tan pequeño hasta sospechoso parece.
Dicen también que a esta hora, luna, enamoras, seduces. Luna que dejas mis poemas a medias, no es que te culpe pero me distraigo con tu recuerdo. Te tengo iluminando mi sueño. Astro tan noble, embriágame con tu brillo, embriágame con tu luz.
Hazme sentir amado.
— Yafté Gómez.
jueves, 12 de julio de 2012
Octubre.
Estoy sentado viendo pasar a Octubre, estamos casi en sus finales. A Octubre se le ve pasar sentado porque es muy lento para caminar. Así es como hay que ser. Hay que imitar el lento transitar de Octubre. Así lo hago. Atravieso la ciudad en un lento andar porque sé disfrutar del camino y observar todo a mi alrededor. Llevo un nuevo libro bajo el brazo, acabo de salir de la librería y es cuando me asaltan esas sensaciones que el viejo Octubre siempre trae. Octubre es el mes del silencio, de la melancolía -en esto compite con el hermano Noviembre-, de la soledad, en la mayoría de los casos.
Estaba en la ciudad de los malditos, o así llamo yo a mi natal ciudad -que, curiosamente, esta vez no le veía nada de maldita, sino de melancolía-. Parecía que un velo invisible la cubriera, haciéndola ver más sombría y triste de lo que ya me parecía.
Me encontraba en el parque, sentado bajo una banca y observando las hojas de los árboles meciéndose con el viento. Algunas hojas se soltaban y se mecían en el frío -melancólico- viento de Octubre. Tenía los auriculares puestos y me dejaba llevar por el ritmo del blues. Lay down wassy, de Heymoonshaker.
Me había recargado contra la banca y cerré los ojos con desgano, sintiendo el viento en mi rostro y respirando aquel aire viciado, aire cargado de tristezas, de rompimientos. Aire cargado de abandono.
—Desea un pésimo día a Octubre —dije—, pero Octubre sabe que es parte del camino, que no hay de que preocuparse porque todo estará bien. Sabe que un mal augurio no le pueden dar, después de disfrutar el camino y hacernos esperar, llega Octubre con sus lluvias, que fueron causadas por el canto de algún jilguero. —Susurré alzando la vista al firmamento bajo una ligera llovizna, acompañada de una lluvia de frescas hojas otoñales—. Finalmente llega Noviembre con la promesa silenciosa de una proóxima temporada navideña, y la espera vuelve a empezar. Ahora tenemos que sentarnos una vez más a esperar el regreso de Octubre, para consolarlo después de que el jilguero se ha guardado una vez más los cantos para él.
—Alguien en algún lugar.
domingo, 1 de julio de 2012
La bailarina y el soldado.
La noche había llegado trayendo consigo un extraño soplo, un viento frío que sacudía las copas de los árboles, un frío que calaba hasta los huesos y que, cada noche, atravesaba aquellas tierras de nadie hasta una pequeña cabaña sumida en el abandono. El viento golpeaba suavemente las paredes de aquella vieja cabaña y se filtraba entre la madera hasta su interior. El polvo volaba de entre todos los cachivaches que se encontraban apilados en las esquinas, en el suelo y en todas partes; tirados o en cajas, no importaba.
Aquel lugar parecía un basurero. La luz del sol apenas entraba durante los días, le daba a la atmósfera un color amarillento debido a las láminas casi transparentes y al plástico que formaba parte de las paredes de la cabaña, los cuales se habían añadido para tapar las áreas donde la madera no había logrado llegar.
Aquella cabaña olía a polvo, a humedad y la basura estaba por doquier, todo se encontraba bajo una gruesa capa de polvo. Barriles por todos lados, cajas de cartón en putrefacción, estantes viejos con madera carcomida. Todo estaba lleno de juguetes, de ropas, viejos libros y fotografías, pero de entre toda la porquería y chatarra que había en el lugar, había un objeto que sobresalía de la habitación: una caja musical. La caja se encontraba sobre un barril, al centro de la habitación, y cada noche cuando aquel misterioso viento soplaba, la caja musical -con forma de una carpa de circo o un carrusel- comenzaba a girar emitiendo una maravillosa y suave música que la hacía abrirse ligeramente, dejando entrever su interior.
De entre los espacios de la caja se veía una diminuta figura femenina, una bailarina de ballet que, al compás de la música, comenzaba a girar hasta que la misma cobraba vida y seguía el ritmo a su propio deseo.
Y desde las sombras, entre los estantes, se asomaba un muñeco de plástico, mal fabricado, un soldado. Sus ropas desgarradas por el tiempo y el olvido. El muñeco se acercaba al borde de aquel alto estante tanto como le era posible y todas las noches era hechizado por el baile de aquella bailarina, que seguía con los ojos y anhelaba poder estar a su lado.
—Una noche, una noche podré salir de aquí y te iré a ver. —Susurraba, convencido de que así sería. en su mente -¿tiene?- imaginaba aquel momento perfecto con aquella muñeca que sólo se dedicaba a bailar ajena a lúgubre de la cabaña.
Así pasaron varias noches hasta que una en especial, cuando el viento sopló, se sentía diferente. Traía ese olor a final, ese olor a un adiós. Traía consigo el olor del término. Aquel soldado entonces se acercó al borde y observó lo que él sabía sería el último baile de su silenciosa amada.
La bailarina bailó, y bailó. Bailó una danza exótica nunca antes vista que terminó por robar el corazón del soldado -¿tiene?-. Él suspiró y la observó hasta el amanecer, cuando la muñeca cerró los ojos dedicándola una última sonrisa. Se paró en un pie y extendió una mano al aire hasta congelarse en su lugar, la caja se cerró y todo quedó sumido en el silencio con los primeros rayos del sol.
—Adiós —susurró el soldado.
Esa noche, el soldado salió de entre las sombras de nuevo a esperar la aparición, el milagro. En su
interior sabía que no aparecería pero se negó a asimilarlo. Se quedó esperando aquella milagrosa brisa pero aquel viento no llegó. El soldado de plástico se quedó cerca del borde del estante esperando una canción que nunca vino. Así que se sentó al borde a esperar, y así pasó noche tras noche, día tras día, esperando una bailarina que nunca jamás habría de aparecer. Él lo sabía, pero por siempre la esperaría.
Y sin más, se sumió en el olvido.
—Alguien en algún lugar.
Aquel lugar parecía un basurero. La luz del sol apenas entraba durante los días, le daba a la atmósfera un color amarillento debido a las láminas casi transparentes y al plástico que formaba parte de las paredes de la cabaña, los cuales se habían añadido para tapar las áreas donde la madera no había logrado llegar.
Aquella cabaña olía a polvo, a humedad y la basura estaba por doquier, todo se encontraba bajo una gruesa capa de polvo. Barriles por todos lados, cajas de cartón en putrefacción, estantes viejos con madera carcomida. Todo estaba lleno de juguetes, de ropas, viejos libros y fotografías, pero de entre toda la porquería y chatarra que había en el lugar, había un objeto que sobresalía de la habitación: una caja musical. La caja se encontraba sobre un barril, al centro de la habitación, y cada noche cuando aquel misterioso viento soplaba, la caja musical -con forma de una carpa de circo o un carrusel- comenzaba a girar emitiendo una maravillosa y suave música que la hacía abrirse ligeramente, dejando entrever su interior.
De entre los espacios de la caja se veía una diminuta figura femenina, una bailarina de ballet que, al compás de la música, comenzaba a girar hasta que la misma cobraba vida y seguía el ritmo a su propio deseo.
Y desde las sombras, entre los estantes, se asomaba un muñeco de plástico, mal fabricado, un soldado. Sus ropas desgarradas por el tiempo y el olvido. El muñeco se acercaba al borde de aquel alto estante tanto como le era posible y todas las noches era hechizado por el baile de aquella bailarina, que seguía con los ojos y anhelaba poder estar a su lado.
—Una noche, una noche podré salir de aquí y te iré a ver. —Susurraba, convencido de que así sería. en su mente -¿tiene?- imaginaba aquel momento perfecto con aquella muñeca que sólo se dedicaba a bailar ajena a lúgubre de la cabaña.
Así pasaron varias noches hasta que una en especial, cuando el viento sopló, se sentía diferente. Traía ese olor a final, ese olor a un adiós. Traía consigo el olor del término. Aquel soldado entonces se acercó al borde y observó lo que él sabía sería el último baile de su silenciosa amada.
La bailarina bailó, y bailó. Bailó una danza exótica nunca antes vista que terminó por robar el corazón del soldado -¿tiene?-. Él suspiró y la observó hasta el amanecer, cuando la muñeca cerró los ojos dedicándola una última sonrisa. Se paró en un pie y extendió una mano al aire hasta congelarse en su lugar, la caja se cerró y todo quedó sumido en el silencio con los primeros rayos del sol.
—Adiós —susurró el soldado.
Esa noche, el soldado salió de entre las sombras de nuevo a esperar la aparición, el milagro. En su
interior sabía que no aparecería pero se negó a asimilarlo. Se quedó esperando aquella milagrosa brisa pero aquel viento no llegó. El soldado de plástico se quedó cerca del borde del estante esperando una canción que nunca vino. Así que se sentó al borde a esperar, y así pasó noche tras noche, día tras día, esperando una bailarina que nunca jamás habría de aparecer. Él lo sabía, pero por siempre la esperaría.
Y sin más, se sumió en el olvido.
—Alguien en algún lugar.
miércoles, 27 de junio de 2012
Me desangro en tinta entre mis páginas
Me desangro en tinta entre mis páginas. Porque esa es la muerte en vida del escritor. Los hombres engendran niños y los escritores engendran libros, decían. No pueden estar más cerca de la verdad, digo yo. El escritor no está aquí para engendrar niños ni hacer crecer el índice de natalidad, sino tan sólo traer al mundo libros, historias, cuentos, esperanzas. Me desangro en tinta entre mis páginas porque esta noche es noche de escritura. Es la noche en la que la luna, la ciudad y el aire me cuentan sus historias y secretos, historias que quedan plasmadas en miles y miles de hojas, y la gente descubra los secretos bajo los suelos que pisa.
Me desangro en tinta entre mis páginas porque esa es la muerte en vida del escritor. Desperdiciar sus horas escribiendo, plasmando sus sentimientos, anhelos, sueños y lágrimas en un libro. Me desangro en tinta entre mis páginas porque un escritor no se olvida, un escritor es inmortal. Me desangro en tinta entre mis páginas porque el espíritu del escritor vive en sus libros día a día, y es recordado y leído por sus lectores, a todas horas, en todas partes del mundo. El escritor vive en sus libros. Si quieres conocer el alma de un escritor y no la faceta que todos ven entonces lee sus libros, dicen. Yo creo plenamente que el alma del escritor, o un pedazo, vive en cada una de sus historias, y llena de paz o esperanza a alguien en algún lugar.
Yo quiero vivir en mis historias, quiero existir entre mis páginas. Quiero que la gente me recuerde entre el perfume de los libros, me vea entre sus páginas olvidadas y gastadas por el tiempo. Yo quiero existir eternamente.
Por eso me desangro en tinta entre mis páginas.
Escrito e imagen por: Alguien.
lunes, 11 de junio de 2012
Un Escritor (Otro).
Sus labios poco a poco descendieron por su mentón, bajaron poco a poco hasta su cuello. Ella susurró un suave "te amo" cuando...
—Mierda, no. Intentemos de nuevo.
Sus manos se deslizaron por su espalda, remarcando el camino de su espina hasta la parte baja de su cintura en un ir y venir simultáneo de sus dedos. Sus respiraciones agitadas, el ir y venir de su pelvis en un vaivén que...
—Mierda, tampoco. —Refunfuñó.
Una a una las hojas volaban de la máquina de escribir, eran estrujadas en sus manos y lanzadas al bote de basura a sus espaldas, compresas en una perfecta forma circular. Tomó una bocanada del porro que sostenía con debilidad sobre sus labios, dejando escapar el humo por su nariz mientras una nueva hoja era colocada en el lugar donde, segundos antes, su sucesora se había encontrado.
Noche tras noche escribir era una nueva historia, al menos un cuento corto para aquellas revistas de pacotilla era casi una tortura, y su novela seguía inconclusa en alguna parte del libro de su habitación, esperando ser continuada. Una biografía plasmada entre hojas mezlcadas de ciencia ficción, drama y comedia, una obra maestra, sin ninguna duda.
Pero no podía continuar, tenía que sentarse noche tras noche para traducir canciones, escritos, textos de un idioma a otro: francés, latín, español e inglés o escribir cuentos pequeños que le dieran un sustento, todo para revistas que le pagarían un sueldo mísero, pero que necesitaba.
Pasó sus manos por la cara, frotándola con desgano y estrés. Para ese momento el porro había llegado a su fin, dio su última calada y lo apagó en la esquina de la mesa, lo lanzó al bote de basura y arrastró las cenizas al suelo con las falanges de sus dedos. Estaba frustrado, cansado, irritado. Isabella, su musa, poco a poco parecía llegar a su fin. Después de tantas historias escritas sobre ella las ideas poco a poco llegaban a su fin; pero él no podía dejar que eso ocurriera, no. Dejarle de escribir era dejarle ir, dejarle ir era dejar de recordar, dejar de recordar a alguien es dejar de existir.
—Existimos mientras alguien nos recuerde.
Esa era la razón de porque escribía de ella, a todas horas, en sin fín de historias, de anécdotas, dibujos de ellas en bancas, mesas, servilletas, tranvías y letreros en la calle. Ella existió, existía y seguiría existiendo, inmortalizada entre sus páginas. Así que robó un porro de la gaveta de Blatch, en silencio. Lo encendió y soltó una bocanada de humo contra el vidrio de la ventana, dejándose bañar por la luz de la luna.
—Creo saber todo de ti. Sé que el día de pronto se te hace noche. Sé que sueñas con mi amor, pero no lo dices. —recitó a Benedetti en silencio, apenas una oración entre labios—. Sé que soy un idiota al esperarte, pues sé que no vendrás. Te espero cuando miremos al cielo de noche: tu allá, yo aquí, añorando aquellos días en los que un beso marcó la despedida,quizás por el resto de nuestras vidas.
—Y sé que no vendrás. —Concluyó.
Volvió a su asiento, su escritorio pulcro y limpio, todo perfectamente acomodado y la hoja en blanco en espera de ser utilizada, o desechada. Tomó una segunda bocanada del porro y acomodó los lentes sobre su nariz.
—Y ella era... —comenzó a escribir. Sí, hoy era una de esas noches, noches de Isabella. Noches de camisones, de juegos en solitario. Noches de melancolía: noches de ella.
— Alguien en algún lugar.
miércoles, 6 de junio de 2012
Belén.
Belén.
Ella es Belén.
Belén es de un cabello largo, suave y negro.
Es de ojos grandes, cafés, dulcísimos y vivos.
Belén es de sonrisa amplia, sincera, abierta.
Belén es de un cuerpo largo y esbelto.
De palabras dulces y francas, pero ciertas.
Belén es dueña de un corazón grande y honesto,
de un corazón bondadoso.
Ella irradia paz, irradia esperanza.
Irradia tranquilidad, irradia felicidad.
Ella iradia luz.
A Belén le gusta mantenerse en movimiento, le gusta bailar.
A Belén le gusta ir bailando por la vida, por los caminos; le gusta ir bailando calle por calle, plaza por plaza.
A Belén le gusta mostrar la felicidad que lleva en su corazón.
Belén es única.
Belén es hermosa,
es fantástica,
es dulce,
es increíble.
Belén es Belén.
Belén, aunque lo niegue, es una estrella.
Es una estrella guía.
Nos señala el camino a todos.
Belén es la guía, el camino y la meta misma.
Belén es Belén.
Nunca la conocerás del todo,
siempre va a sorprenderte con algo nuevo.
No dirá cuando todo le va mal,
te regalará una sonrisa a cambio.
Belén es estrella,
es madre de todos.
Belén es una flor en medio de un jardín descuidado,
es un oasis en medio del desierto.
Belén es luz, es estrella, es madre, es única.
Belén significa salvación.
Yo amo a Belén, con cada parte de mi ser.
Amo sus sonrisas, sus risas, su voz.
Amo sus manos, amo sus ojos, amo su felicidad.
Amo su alma, amo su ser, amo su todo.
—¿Qué no puedes amar de ella? —Pregunto yo.
Su terquedad quizás.
Su silencio,
su enojo.
No, mentira. Amo todo aquello también.
Belén es vida.
Es esperanza,
es felicidad,
es pureza.
Belén es todo esto y a la vez más.
En simples palabras: Belén es Belén.
- Alguien en algún lugar.
Don't let me go.
—Don't ever let me go. —Ella susurró en su oído, mordiendo y succionando el lóbulo derecho de su oreja, atrapándolo entre sus dientes.
—Desde luego que no. — Él replicó, apenas extendiendo sus comisuras en una débil sonrisa. Sus manos ocupadas deshaciendo el brassier. —¿Por qué dejaría ir lo más importante que ha entrado a mi vida?
Y es que, si lo piensan, era estúpido. ¿Quién le cerraría las puertas al brillo que ha entrado iluminando sus vidas?
- Alguien en algún lugar.
jueves, 31 de mayo de 2012
Todo ocurrió un frío martes por la noche
—Bésame. —Demandó simplemente, salido de la nada. Rompiendo el silencio entre nosotros.
Nos encontrábamos en una banca en el parque aquella fría noche de Mayo, bajo la luz de una farola que despedía un tono amarillento, y hacía danzar las sombras que se creaban a nuestro alrededor. No había personas, no había nadie más que nosotros. Suponía que eso era bueno, siempre había sido tímido y reservado con gente a mi alrededor, la simple idea de que alguien escuchase nuestra conversación -sí es que así se le podía llamar- me hacía estremecer, casi podía decir que me daba asco la sola idea.
—¿Dónde? —Sonaba resignado, y es que no podía ponerlo de otra manera. Era casi un juego masoquista entre ambos, como un intercambio o una promesa silenciosa. No nos queríamos de esa manera, pero habían esos ratos donde la soledad carcomía el alma, y un simple momento se convertía en todo. No sé como explicar esta extraña relación entre ella y yo.
—En eso te fijas tú. —Respondió. Parecía un reto, eran esos los momentos que más valían entre nosotros, los que cambiaban esos días, noches, a todas horas. Era como un juego, una tentación en la cual caer era imposible. Siempre le dije que me recordaba a la viuda negra, o a una araña en sí. Me gustaban los insectos. Creo que podemos aprender mucho de ellos. Esa forma tan singular y paciente que tienen de tejer sus redes y esperar el momento justo para recibir un beneficio. Ella era como una araña, y yo era la mosca o el pobre incauto que había caído en sus redes. Ya no sabía que estaba diciendo, sólo sentía su mirada clavándose en mi rostro, esperando una respuesta que no había llegado; irritada, quizás frustrada. La vi ponerse de pie, apunto de marcharse.
Me puse en pie y la tomé por el brazo, halándole hacía mí en un "no te vayas", mis manos hallaron sus mejillas y se amoldaron a ellas dándole suaves caricias. Mis labios rozaron su frente y dejaron un beso en esta, luego en la punta de su nariz y finalmente sus labios, presionándolos ligeramente, apenas un simple roce de ellos.
—Romántico empedernido. —Me susurró, alzando la vista hacia mí y con la burla evidente en su mirada.
—Trato de darle el romanticismo necesario a esto, mujer. No jodas. —Respondo un poco exasperado, no puedo evitarlo. Pensaba que las mujeres siempre han deseado alguien así, o un momento así bajo una farola a las 2:00AM, en compañía de un amigo que es casi un extraño y una fría soledad.
—No dije que no me gustaba.
—¿Entonces te gusta?
—No dije que me gustara.
—Qué irritante eres, mujer.
Y así nos habíamos quedado, con mis manos en sus mejillas, las suyas reposando a sus lados, bastante tensa y dejando un momento incómodo entre nosotros.
—Y mira que tocarme y besarme así en la madrugada... debería denunciarte.
—No lo harías porque me quieres.
—¿Quién sabe? Tal vez sólo te estoy mintiendo hasta que saque algo de tu bolsillo. —Le escucho susurrar de forma perspicaz, sin inmutarse, sin cambiar la seriedad de su rostro, casi ocultando una sonrisa.
Y yo no puedo evitar sonreír, todo es un intercambio de sonrisas y palabras, un juego entre nosotros. —Entonces ese beso me va a costar un par de billetes.
—Puede que sí. Imagínate si hubiese sido largo... —Esquivó mi mirada, bajando el rostro. Seguro había sonreído. Odiaba cuando me evitaba ver sus sonrisas, eran cosas pequeñas que valían más que la pena.
—¿Cuánto me costaría el largo?
—Para llegar a ese tiene que haber una combinación. Quizás varios cortos, luego más largos, profundos y continuar, no sé.
En ese momento su sonrisa afloró y una risa se filtró de entre sus dientes. Ambos sabíamos lo que queríamos, ambos sabíamos que ese beso lo cambiaría todo, o esa noche por lo menos. No esperamos más. Sus labios estaban frente a los míos, entreabiertos y esperando; como diría el buen Cortázar, en un recinto donde un aire pesado va y viene.
—Como si tuviésemos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. —le recito.
Ella se dedica a sonreír. Solamente me mira y sonríe, reconoce a Cortázar. Y es que no era de sorprender, ¿cómo podría yo besar a alguien que no conociera a Cortázar? ¿O a Sabines? ¿O a Benedetti? ¿O a Neruda? O a... Y dejé de pensar. Simplemente dejé que mis brazos -tengo serpientes en lugar de brazos, diría Sabines- se enroscaran en su cintura, y sus brazos rodearon con lentitud mi cuello. Nuestros labios se devoraron, y nuestras lenguas se encontraron... en un recinto donde un aire pesado va y viene.
Soy feliz, porque esa noche me llevé un par de esos besos, y mi bolsillo mantiene sus billetes. Creo que es la madrugada más feliz de la semana.
"Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."
- Alguien en algún lugar.
lunes, 28 de mayo de 2012
Mis tres muertes.
Ellas están aquí, lo sé. Las muertes me esperan afuera de la habitación. Ellas están sentadas afuera, inmóviles, atentas y en espera, me esperan a mí. Y yo sé que están ahí. Las intuyo, las siento, las veo... las huelo. Y yo sé que me están esperando, han venido por mí. Me encuentro dentro de la habitación, acurrucado bajo las sábanas, temeroso de los sueños que están por venir. Temeroso de cerrar mis ojos y verlas ceñirse sobre mí.
Y quizás ustedes crean que la vida es muy larga, pero eso termina cuando están muriendo. La vida se me había hecho una carga, un largo y penoso camino a recorrer hasta ahora. Ellas están allá, al otro lado de la puerta, esperando expectantes a que se marque la hora final. Cuentan el tiempo segundo a segundo, minuto tras minuto. Y mi corazón palpita al mismo ritmo, como si fuese un viejo reloj que pronto cesará y llegará a su último latido.
¡Oh mujer, no los dejes pasar! ¡Mantenles a raya, no dejes que entren en mis aposentos! Tiemblo con miedo y un sudor frío de tan solo pensarlo, de estar a merced de estas tres sombras que me han perseguido durante mi vida, ¿quién diría que esas tres me causarían mi fin? ¿Y qué podía hacer yo? Debatirme entre la vida y la muerte, ocultarme bajo mis sábanas.
—Belén... —musité con una voz débil, bastante apagada. Podía sentir el sudor frío mientras las veía en mi mente del otro lado de la puerta, sentadas, quizás mofándose de mi desgracia, de la escena que quizás estaría montando.
—No los dejes pasar.
—¿A quiénes? —escucho tu voz que parece estar a la lejanía, confusa y trémula.
—Nadie, nadie. —Me limito a sacudir mi cabeza y alzar la sábana hasta la altura de mi mentón, mirando de reojo de forma nerviosa a la puerta. De nada sirve que te lo diga, ¿cómo podrías verles? ¿Cómo podrías entenderlo? Ni yo lo hubiese hecho si me lo hubieran contado. Puedo escuchar ahora sus risas al otro lado de la puerta, me imagino sus mandíbulas abriéndose y cerrándose en una risa bizarra, extraña.
—¡jojoi, jojoi,jojoi ajganak! —les escucho decir y las imagino asentir. Y más que preocuparme por ti o por mí me preocupo por ambos.
¿Qué será de ti cuando yo deje este mundo, y qué será de mí cuando esté del otro lado sin ti? No me canso de preguntarme. Antes muerto contigo que vivo y sin ti. Tengo tantas cosas que hacer, tantas cosas que hacer contigo. Más bien tenemos tantas cosas que hacer juntos. Tenemos que ir a Corea, ¡amas Corea! Y tenemos que ir a Canadá porque quiero conocer a Canadá. Tenemos que hacer esto y aquello, y ni hablar de una familia juntos.
Y ahora estoy aquí, acostado en esta cama temeroso de los sueños que vendrán al dormir, o del inevitable final que ha de caer sobre mí, y lo que pasará contigo y lo que será de mí.
—Te amo, Belén. —Susurro casi en silencio, más para mí que para ella. Y escucho las risas cesar del otro lado de la puerta. Están listas. El momento ha llegado. —Y hay tantas cosas que no te dije ni hice, y lo siento tanto. —Cierro los ojos al sentir sus manos sobre mi rostro, limpiando el sudor frío que resbala por mi frente, y sus manos acarician mis cabellos en un vano intento por calmarme. Mi voz se apaga mientras las veo entrar en silencio y postrarse a mis lados.
—Déjame solo, Belén. —Ella asiente con una sonrisa y yo tomo su mano, la acaricio con mi pulgar y le dedico una sonrisa de soslayo, y le digo lo mucho que la amo.
—Te veré más tarde. —dice.
—Nos vemos pronto. —respondo. Y ella frunce el ceño al no entender mis palabras pero se marcha. Y me deja ahora solo en la habitación, con las lágrimas amenazando dejar mis ojos y escurrir por mis mejillas, y es que, ¿qué otra cosa puedo hacer frente a mis tres muertes?
Y es que ya lo he dicho antes: Vive y ama las cosas sin pasión, para que esa misma pasión sea la que ocasione tu muerte. Y aquí tengo mis pasiones finales, o eso creo yo. Una es la pasión a la soledad, otra es la pasión a mí mismo y mi última pasión -pero no por menos importante- fue ella. Y pareciera que fuese ella quien causó mi muerte.
Así que sal de aquí, lector. Déjame solo, con mis tres muertes.
- Alguien en algún lugar.
jueves, 10 de mayo de 2012
Mortem.
La muerte es... Nada. No sentirás miedo, no sentirás molestia ni preocupación. No sentirás frío ni calor. No sabrás que estás muerto. ¿Qué es la muerte entonces? Simplemente:
... Nada.
- Alguien en algún lugar.
Untitled
Ya la vida no me sonríe. Ahora me toca secuestrarla, ultrajarle y obligarle con dos ganchos de acero largos, estirándole su ilimitada y vulgar boca hasta que sangre nada, de manera que me exprese alegría a que me exprese señal alguna de su sonrisa, así sea fingida; pues son muy pocos y a la vez, infinitos, los motivos que tengo para vivir.
- Alguien en algún lugar.
- Alguien en algún lugar.
lunes, 7 de mayo de 2012
Conversaciones con Ninguno: Historias de mi puta triste
Ninguno
Imaginate ser una puta y que yo entre en el cuarto, pero no me baje el cierre, sino que saque una libreta y te pregunte de tu vida. ¿Qué harías?
Alguien
Depende, dame una historia de fondo. ¿Soy buena puta y bien mantenida? ¿Lo hago por diversión y hobby? ¿Soy de esas que están en tiendas de mala muerte donde son abusadas y golpeadas por el pimp? ¿O soy esclava de un tratante de blancas?
Ninguno
Empezaste haciendolo por plata, necesitabas mantener a tu hermano con síndrome de down, pero cuando el murió no te quedo otra opción que buscar un trabajo digno que alcance para mentenerte sólo a vos. Entonces dejaste la prostitución y conseguiste un empleo en la Pizzería más cercana. Pero al cabo de dos meses, descubriste que no podías dejar de masturbarte y volviste a tu antiguo trabajo: la prostitución. Así que ahora lo haces sólo por un desorden mental. Trabajas para un italiano con mezclas de ingleses y franceses, que cada tanto te azota, te hace vestir de Minnie Mouse y te da duro por detrás. Pero te encanta.
Alguien
Me sentiría vacía en la vida. Al saber que soy un objeto de juego y nada más, y saber que hay más para mí pero por culpa de mi desorden y hambruna sexual estoy en ese pozo sin fondo. Lloraría muchas noches pensando en lo mierda que soy al dejar que me abusen de esa forma, y darme asco a mí mismo por saber que, aunque está mal y me duele, me gusta.
Haría con los clientes lo que me pidieran porque estaría muerto por dentro, y durante los días sería como estar apagado, ¿sabes? Todo en automático, sin que nada me afecte.
Y si entraras tú, me prepararía y te adularía con falsedad, como una puta debe hacer. Desconfiaría cuando te viera con la librera, seguro preguntaría si esto es una broma o si es una especie de fetiche sexual.
Ninguno
Oh, pero claro que irías a creer eso. Es más, yo te convencería de que es un fetichismo; que sólo hago esto para después pasarte la lapicera por el ano. Pero no, te dejaría sorprendida cuando acabe la sesión por no haberte tocado ni un milímetro de tu cuerpo. Y así te enamorarías de mi. Habrías encontrado a alguien que no llene ese vacío perpetuo de tu interior, y al estar frustrada, tu cerebro o tus sentimientos te indicarían que te enamores de mi para lograr que yo te meta algo.
Alguien
Me incomodaría al pensar en que me meterías la lapicera por el ano, quizás incluso me asqueé y me enoje, pero son gajes del oficio, no me quedaría de otra. Sí, después de la sesión me sorprendería al saber que no me tocaste, te preguntaría porqué y sin duda despertarías un sentimiento en mí, por ti. Te marcharías, y día y noche me sentiría más vacía mientras los clientes me follan, y sufriría de la desesperación de no tenerte, de no hallarte.
Te amaría de una forma diferente y no puramente sexual como ocurre con los otros.
Ninguno
Pero de todas formas estarías ansiando que mi polla follé todo tu cuerpo.A las dos semanas volvería, para seguir con mi relato. Y te alegrarías al verme, esta vez intentarías algo diferente a lo que haces siempre: no esperarías a que el cliente ataque, sino que me atacarías primero. Pero yo te frenaría y te ordenaría que te sientes, y eso te dejaría confundida. Empezarías a preguntarte si ese par de lolas enormes que traes no son suficientes. O si esa vagina depilada no es lo que me gusta. Otra vez, te frustrarías.
Alguien
¿Tú crees eso? Va algo así pero no del todo. No tendría ganas de ser follada por ti al principio, eso te lo aseguro. Sería más o menos así:
Después de esos días en solitario y marchitarme en tu ausencia, me alegraría de nuevo al verte, pero no lo demostraría. Después de nuestra charla debes pensar que soy fuerte e independiente, que no te necesito cuando si te necesito. Y me sentaría en la cama, y esperaría tus relatos o preguntas.
Sí, quizás te trataría de tocar o darte indirectas, y tu rechazo me dolería. Me preguntaría si mis pechos no son lo bastante grandes, o si no te gusta mi vagina depilada. Me frustraría y te preguntaría porqué. Quizás llore y entre el llanto te confiese que te amo.
Ninguno
Por mi parte, me sorprendería al escuchar tu pregunta. ¿Por qué no me atraen tus senos? ¿O por qué no me causas ganas de follarte? Bueno, pero claro que quisiera follarte, quizás si no pensara tanto en lo que hiciera, dejaría mi libreta a un lado y te follaría, y hasta te dejaría propina. Pero era obvio que no habría de hacerlo porque no estaba en mis planes acostarme con una prostituta. Pensaría en que responderte, y entre mis opciones estarían: 1. Soy casado, disculpa. 2. No tiro para tu mismo lado, disculpa. O quizás 3. Es que me gustan rubias. Seguramente opte por ninguna de esas. Me terminaría quedando callado y bajaría la mirada para anotar algún garabato y hacerte creer que estaba escribiendo tu comportamiento. Y esa noche cuando me fuera, te dejaría un papel, un papel sin nada escrito. Con la esperanza de que te cuestiones qué carajos hacía, y me esperes con mucha más ansiedad hasta la próxima visita. Estaba volviendo loca a una prostituta.
Alguien
Te miraría dejando de llorar, y limpiando mis lágrimas mientras espero tu respuesta. Me daría por vencida al ver que no aportas nada y te escudas haciendo garabatos en tu libreta. Lo notaría, oh sí.
Cuando te fueses me cuestionaría que debo hacer, me preguntaría hasta caer dormida el porqué no me follas y si no te parezco atractiva, eso me haría sentir una animadversión a tu persona, pero no podría odiarte porque te amaría sabiendo que no soy un objeto para ti.
Tu hoja en blanco sólo me frustraría, me haría preguntarme con vehemencia que pasa por tu cabeza, y porqué me haces esto a mí. Lloraría desconsolada preguntándome porque me enamoré de ti, y te odiaría, pero cuando te viese de nuevo, posiblemente me olvidaría.
Ninguno
Posiblemente la noche que te haya dejado en solitario con la más grande de las dudas, no duerma. Me prepararía un café y prendería un cigarrillo, para sentarme en mi sillón predilecto, bajo la luz de la lámpara más luminosa de la casa, a leer mis apuntes. Apuntes que tomaba en todas las visitas que te hacía. A los márgenes, luego de leer, anotaría ideas personas que deduciría cada vez que te viera. Anotaría aquellas cosas de tu alma que no concordaban con tu historia. Como por ejemplo, tu mirada, tu pobre mirada que gritaría auxilio cada vez que me viera. O también las palabras que saldrían de tu boca, titubeando, frías, nerviosas, como si estuvieran ocultando algo mayor. Algo que no podría deducir sentado desde casa.
Quizás esa noche me masturbaría pensando en tus senos. Como un regalo para ti. Esperando que quizás, en ese preciso momento que yo lo hiciera, uno de tus clientes te estuviera follando, pero tú solo estarías pensando en mi. Y la verdad es que estaba solo, sin perros, sin amantes, sin vecinas calientes. Solo. Solo con una libreta y una historia sin terminar escrita en ella.
Alguien
Eso es tan romántico.
Yo estaría en la oscura habitación en silencio, pensándote y pensando en todo. Preguntándome que tanto has escrito y deseando que no descubrieras mis oscuros secretos, o mi pasado; pero al mismo tiempo deseando que lo hagas. Trataría de verme fuerte ante ti, pero la mirada y palabras me traicionarían de vez en cuando, muchas veces.
Si, esa noche pensaría en ti mientras un cliente me folla. Y si no me follan, posiblemente me masturbe pensando en ti. Porque estoy sola, sin perros ni amantes de verdad. Sin amigos o gente que se preocupe por mí, sólo tú, en algún lugar. Y desearía tener algo más que una hoja en blanco y tu olor en la cama, casi imperceptible por el olor de tantos otros.
Y me masturbaría pensando en ti, esperando que hicieras lo mismo por mí.
Ninguno
(Somos tan románticos, Alguien. Por algo no nacimos mujeres, JAJAJAJAJAJA. Dame un minuto y te respondo).
Alguien
(HAHAHAHAHAH, era un designio divino)
Ninguno
Mi empleo actual sería muy malo, desastrosamente malo porque implicaría tener que soportar las 10 hs de 5 días de la semana a una gorda sexualmente frustrada y a su marido, un hombre muy vivo quien se haría el tonto en todas las ocasiones que pueda, con tal de no atender los gritos de su esposa. Y ahí estaba yo, sirviendo los sanguches que los odiosos niños del barrio pedían a gritos. Estaría deseando meterles un pan en el ano a cada uno, para que se callasen de una vez. Mi empleo me dejaría mentalmente exhausto todos los días y espiritualmente frustrado, pero como no sería partidario de ninguna religión, no gastaría el tiempo por las noches en arrodillarme a orar, o quizás sentarme en el suelo a meditar.
Usaría ese tiempo en seguir con mi historia, o mejor dicho, tu historia, de la cual estaría totalmente dispuesto a adueñarmela, aunque sea por las noches. Pero algo seguiría faltando, una pieza del rompecabezas que estaba armando. Habría piezas que no encajasen y otras que faltasen. Estaría más cerca de desarrmarlo todo y tirarlo a la basura a que terminarlo y admirarlo.
Necesitaría otra noche más visitarte y conversar contigo. Y lo haría, y habría de haberse concretado sino fuera porque sería designado a otra prostituta, una tal Maria Ángeles, una pelirroja muy abultada. Le insistiría a la voz en off con la que conversaba en la entrada, a que me dejase acostarme contigo. Pero esa voz me diría que esa noche habrías decidido no trabajar por enfermedad. Me frustraría pero controlaría mi ira, y me despediría de aquella voz que del otro lado del vidrio polarizado me hablaba. Aunque no me quedaría ahí, sin nada, sin piezas para mi rompecabezas. Insistiría y probaría encontrar tu dirección. Por suerte, en camino a mi coche, me encontraría con otra mujer poco vestida, que dejaba ver la mitad de su entrepierna. Le preguntaría por ti, y aunque no supiera tu nombre, le describiría tu aspecto y algo de tu historia. Ella comprendería de quien se trata, pero no hablaría fácil. Su mirada me diría que quería algo a cambio y así lo haría: sacaría de mi bolsillo unos US$20 y se los entregaría. Ella se acercaría a mi oído y pronunciaría suavemente tu dirección.
Alguien
Después de mucho esperar por ti y días sin saber de ti, abandonada en tu ausencia me marcharía. Decidiría dejar ese maldito puesto de puta por unas monedas y me retiraría para vivir a mi manera. Por ti, no tendría esa necesidad de masturbarme compulsivamente porque tú me habrías mostrado otro camino y me habrías hecho sentir como mujer y no como un objeto. Sí, te amaría. Pero no me quedaría sentada en una habitación siendo follada por imbéciles anónimos mientras pienso en ti, o mientras te espero. Así que ese día diría que estoy enferma.
Me encerraría en la soledad de mi habitación y pensaría en qué hacer. Contaría el dinero ahorrado y pensaría en marcharme a otro estado, lejos donde no me conozcan ni puedan hallarme. Donde pueda ser una desconocida e iniciar una nueva vida. Así que empezaría a empacar todas mis cosas. Como mi hermano murió y el departamento amueblado no es mío no tendría mucho problema. Empacaría sólo mi ropa y algunos cachivaches. Y me prepararía para irme y para olvidarte.
Sin saber que en unos minutos me visitarías, lo cual me sorprendería.
Ninguno
Llegaría a la dirección recordada antes de lo planificado, y me encontraría con tu casa, tal así como la habrías descripto en una de las visitas. Suspiraría y me armaría de valor, buscando algún buen pretexto de porque yo podría estar ahí mismo, frente a tu puerta, a punto de golpearla, y te lo diría. Pero la verdad, es que no se me ocurriría que decir, por lo que me limitaría a tocar.Recordaría por siempre el rostro que pondrías cuando me abrieras. Recordaría por siempre la sensación que me harías sentir. Pero al principio te quedarías callada, expectante a mi habla, aunque yo también me quedaría callado, mudo tal vez. No diría nada y simplemente me haría paso dentro de tu casa, sin mirarla siquiera, sino que voltearía y te ofrecería mi mano para acercarnos juntos a la mesa y poder sentarnos.
Alguien
Te abriría la puerta y me quedaría inmóvil, muda de la sorpresa al verte. Tendría un sinfín de preguntas qué hacer. Cómo llegaste, qué haces ahí, de dónde obtuviste mi dirección. En fin, demasiadas preguntas como para listar. Sí, me sorprendería y seguro sonreiría al verte, y me haría feliz saber que me buscaste pero después habría un silencio incómodo porque no sé tu nombre ni nada de ti, y no sabría qué decir.
Cerraría la puerta cuando entraras y te miraría con ligera desconfianza y desconcierto por la forma tan segura en que entras sin preguntar. Tomaría tu mano y me acercaría a la mesa. Por educación te ofrecería algo de beber o comer, pero sé de antemano que lo rechazarías, así que te preguntaría que haces allí.
Ninguno
En aquella habitación se sentiría una sensación de extraña e incomoda. Dos mentes deseandose decir algo con un mismo obstáculo en común. El silencio sería bueno, satisfactorio, y hasta comprensible, pero igual así, estaríamos incomodos por parte.
Comenzaría a dibujar con las yemas de mis dedos, círculos sobre tus manos, acariciandote y proporcionandote de amor. Ya me habría imaginado que eso habría de pasar, que estaríamos sin saber cómo decirnos las cosas. Ya lo habría pensado. Lo habría imaginado. Y ya habría traído una solución a esos problemas. Sólo que no sabría como usarla.
Despacio, sacaría del bolsillo de mis jeans una hoja y la dejaría en tu mano que previamente habría acariciado. La hoja blanca estaría doblada al medio, escondiendo dentro de ella unas letras y números que juntos formaban una dirección, la cual sería la dirección de la estación de trenes más cercana. Me levantaría de la silla y me acercaría a besarte la frente, sería un beso largo, un beso que dijera y escondiera a la vez muchas cosas.
Y luego me largaría, otra vez más. Dejandote con la duda, otra vez más. Olvidaría a propósito mi maletín, porque en el habría dejado una especie de libro, o a lo que podríamos llegar a llamar, un boceto de un libro. Sería tu libro. Y dentro del libro habría dejado accidentalmente otra nota. La nota en la que por primera vez te daría palabras claras, una orden explícita. La nota que cambiaría tu vida y mi vida.
Alguien
Te miraría confusa al ver el papel doblado en mis manos. Al verte acercarte mi corazón latiría con fuerza, en un ataque de taquicardia ante tu proximidad. Yo sería una puta conocedora, ¿sabes? No una cualquiera ignorante. Cuando te acercaras suspiraría por nuestra cercanía, y recordaría a Rayuela, el capítulo siete para ser exactos. Cerraría mis ojos y prepararía mis labios para besarte, pero me quedaría quieta y en silencio cuando beses mi frente de aquella forma lenta, larga y pausada que sólo tú sabrías como hacer, y me llenarías de dudas al ocultar en ello muchas cosas.
Te observaría marcharte, no te lo evitaría dado mis planes, la nota que pareciera un adiós. Cuando te fueses me pondría de pie y dejaría la nota en la mesa, me prepararía un café para no dormir. Daría vueltas frustrada porque tu visita me habría confundido. Después vería tu maletín e iría hacia él. Lo colocaría sobre la mesa y quitaría los cerrojos pero no lo abriría, no podría violar de esa forma tu intimidad. Pero lo haría después de escasos segundos, la curiosidad tendría estragos en mí.
Dentro encontraría el libro, mi libro; nuestro libro. Lo hojearía sonriente y posiblemente las lágrimas escurran de mis ojos. Lágrimas de gratitud, de amor; lágrimas de ti. Entonces tomaría tu hoja y la abriría, reconocería la dirección, es la estación en la cual me marcharía casi a la medianoche. No sé, la medianoche tendría algo místico para mí.
Saldría de casa corriendo con el libro y la hoja en mano después de colocarme una chaqueta ligera y una bufanda, apurándome lo más posible a la estación sin importarme el frío que haría esa noche, ni fijarme en el vaho que escapa de mis labios. Parecía una noche perfecta y trágica.
20 minutos después llegaría a la estación, esta estaría en silencio y sin clientes, los trabajadores dentro en sus faenas y te vería a ti afuera, sentado en una butaca frente a las vías. Esperando. Y yo sonreiría porque me estabas esperando.
Con el libro y la hoja entre mis manos, colocadas frente a mis piernas, me acercaría a ti sin dejar de sonreír, y cada vez ampliaría mi sonrisa, me pararía cerca de ti alzando las cejas.
—Gracias —murmuraría con sinceridad y la felicidad se notaría en mi tono.
Ninguno
No me tomaría nada de tiempo armar las valijas, porque no querría llevar nada conmigo. Toda aquella ropa y pertenencias que vivirían conmigo en mi hogar, solo me traerían nostalgia y arrepentimiento durante el viaje. Querría salir lo más rápido de aquel ambiente para conducir hasta la estación, y despedirme hasta de mi mismísimo auto (por el cual habría pagado, lo que para mi, sería una fortuna, y para otros, una pequeña suma de dinero, un gasto menor). Le tendría mucho aprecio a aquella basura de cuatro ruedas, ya que ella sería siempre la encargada de llevarme a todos lados y acortarme el tiempo de viaje.
Dejaría atras el coche, mis pertenencias, la ciudad, incluso mi vida. Estaría listo para un nuevo comienzo. Con o sin compañía. Y aunque estaría seguro de que vendrías, comenzaría a comerme la cabeza la idea de que quizás no lo hicieras por miedo o para devolverme lo mal que algunas noches mi ausencia te hizo sentir.
Esperaría en una butaca frente a las vías de los trenes. Pocas veces en mi vida habría tenido la oportunidad de viajar en estos, y la idea de escapar del mundo que conocía hacia otro nuevo en tres, me emocionaría muchísimo. Y justo cuando sonreiría a mis adentros por aquella idea, aparecerías tú, con un abrigo que te llegaría por las rodillas por el frío que haría. Te acercarías a mi y con gusto sonreirías. Yo estaría atónito, en shock, emocionado e incrédulo. No podría haber creído que vendrías.
Me agradecerías y la sinceridad se notaría en tus palabras, serías una mujer muy sincera, y lo habría sabido desde que te vi la primera vez. Un "de nada" habría querido salirse de mis labios, pero la verdad es que justo llegaría el primer tren de las 12. Nuestro tren. Y mis labios se callarían por el ruido que este produciría.
Tomaría tu mano y juntos subiríamos al cuarto vagón, el cual parecería el más vacío. Me seguirías con total disposición y yo te sentaría contra la ventana, ocupando el asiento de al lado. Juntos apreciaríamos como el tren comenzaba a moverse rumbo a nuestro destino: ningún lugar específicamente. No tendríamos un destino fijo, sino que recorreríamos el mundo a nuestra forma, llenando las ciudades de nuestro amor y nosotros de las costumbres. No importaría la poca plata que llevaría, imaginaría que no triarías nada, y aunque lo hicieras, no te dejaría gastarlo. Viviríamos de nosotros mismos, ya nos las ingeniaríamos. Lo importaría en ese preciso momento, eran las dos vidas humanas que estarían por volver a recomenzar.
Acariciaría tu mano y frente a tu sorpresa aprovecharía para robarte un beso, que desencadenaría luego en veinte más, cortos y eficientes, que te harían sonreír. En ese instante comprenderías todo. Especialmente que mi objetivo no habría sido escapar con una prostituta, sino que hacer un libro sobre su vida, pero que terminaría enamorado de ella y ella de mi.
Irías a decir algo pero te callaría apoyando mis labios otra vez sobre los tuyos. Me gustaría el efecto que eso causaría en tu sonrisa. En cambio, diría algo yo:- ¿Estás lista? -asentirías y yo esbozaría una mueca alegre. No haría falta responder a aquella pregunta. Y así sería como juntos veríamos por la ventana el humo del tren que comenzaría a salir. Enamorados, juntos, yendo a ningún lugar en particular.
Fin.
Escrito por Alguien y Ninguno.
sábado, 5 de mayo de 2012
Memorias frente al café
—Me siento tan extraña. —Dijo de la nada, sin mirarme, manteniendo su vista en la taza de café frente a ella. Sus dedos acariciaban lentamente la taza en un ir y venir simultáneo, coordinado. Estaba tan ausente. Tan ella.
—¿Por qué? —inquirí frunciendo ligeramente mi entrecejo, inclinándome ligeramente hacia la mesa, tomando mi taza por el asa y dando un sorbo ligero sin apartar mi mirada de ella. Estaba tan ausente, tan bella. Tan ella.
—Por ti, por esto. —dijo sin alzar la mirada, observando el café negro y las burbujas en los bordes de la taza. —Eres tan enigmático, casi nunca hablas. Nunca sé que contarte y aún así me gusta estar contigo porque no hablas mucho, pero eres un oyente magnífico. Y aún así, cuando finalmente dices algo, tus palabras son tan perfectas, como si estuviesen cuidadosamente elegidas. Y no sé, me estoy cansando un poco de eso. Ya no sé ni de qué hablarte, no sé que tenemos en común. —dijo, y su voz tenía un tono suave, como resignado, con rastros de desesperación aquí y allá. —Me gusta como estamos siempre, no pienses mal. Pero digo que a veces sería grato oírte un poco más. ¿De qué puedo hablarte para eso?
Sonreí ligeramente, curvando mis comisuras en una pequeña sonrisa. La situación se veía complicada, pero la respuesta era sencilla. Sí, yo era solitario, retraído, callado y todo lo que quieras, pero eso no se podía cambiar, yo era Alguien a fin de cuentas.
—A mí no me hablas de física, matemáticas o ciencias. A mí no me hables de esas series dramáticas para pre-adolescentes como Glee y esas cosas. A mí háblame de tu vida, de tu pasado, de tus gustos y disgustos. A mí háblame de la temática del amor, de literatura y poesía, de cuentos, de todo y de nada. A mí háblame de ti y de mí, háblame de un nosotros.
Ella se dedicó a sonreír, casi aliviada por mi respuesta.
—Y bueno... —dije en un suspiro, alzando ligeramente mis cejas. —Suficiente de mí, cuéntame de ti.
Y nada, que así es Alguien.
- Alguien en algún lugar.
lunes, 30 de abril de 2012
Historia de un psicópata
Ella:
Cuando entré a la habitación él se encontraba en el rincón más oscuro. Ya estaba acostumbrada a encontrarlo ensimismado, atrapado en su melancolía y no se fijara en mí. Tampoco es que me importara demasiado; estaba acostumbrada a ser la segunda en todo. Ser segundo es mejor que ser tercero, o cuarto, o ni si quiera ser de importancia. Me quité los tacónes y los dejé junto a la puerta. Me gustaba imaginarme siendo una bailarina con mucha clase y danzar por la alfombra practicando los pocos pasos de danza que recordaba, pero hoy sería la excepción a la regla. Cuando él se ensimismaba prefería estar lejos, distante, ausente. Cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido y avancé hasta dejarme caer en la butaca de la entrada. Mis ojos se acostumbraron poco a poco a la luz mortecina y rebusqué en mi bolso con una mano para sacar un cigarrillo mientras con la otra intentaba bajar la cremayera de la falda que me apretaba la circulación.
No, no estaba de humor para reproches de su parte ni para ser cuidadosa con sus sentimientos. Lo evitaba tanto como él me evitaba a mí y me tragué la hiel antes de saludarlo con un escueto "Buenas tardes" No, no le perdonaría haberme despreciado aquella mañana. No le perdonaría anteponerlas a "ellas" a mí. No le perdonaría no haber cambiado en nombre del amor que sentía por él. A veces me preguntaba cuan enfermos estábamos ambos; Él para sentir gozo al asesinarlas y yo para aguantar la situación y amarlo ante todo, porque si de algo estaba segura en mi vida era de amarlo. Muchas veces envidié la veneración que sentía por todas ellas y deseé ser una más de aquellas mujeres que acababan en sus brazos. No es que no creyera que sería mi fin. Estaba tan consciente que mi vida acabría en sus brazos que, incluso, lo deseaba.
Sentía morbosa curiosidad por el dolor, el placer y sobretodo por el brillo de sus ojos. Llevé el cigarrilo hasta mi boca color cardenal y aspiré el humo a ojos cerrados y sintiéndo una conexión casi religiosa con el objeto entre mis labios. Exhalé el humo como queriendo exhalarlo a él, mi veneno personal. Mi salvador y mi verdugo ¿Dónde habían quedado mis valores? Me pregunté en voz baja mientras recordaba que el amor puede transformarlo todo.
Alguien:
Una noche más, una noche menos. Una vida más, una vida menos. Una mujer más, una mujer menos. Todo se reducía a nada, ironías de la vida. Aquellas mujeres, todas ellas me habían dado algo que yo jamás podría retribuirles y no hablaba solamente de la falacia del amor, sino de aquel regalo de inmensa gratitud. Me habían regalado sus besos, sus cuerpos, me habían regalado sus orgasmos... y yo había tomado como un regalo sus vidas. Una mujer más, una mujer menos.
Cloroformo, compañero de aventuras, dador de amantes. Oh, cloroformo, amigo inseparable.
No sabía cuanto tiempo llevaba en la esquina de mi lúgubre habitación, vagamente iluminada por la luz mortecina de la bombilla. Me hallaba cerca de la ventana, mirando hacia la calle iluminada por una que otra tintineante farola, pensando en aquella mujer que horas antes había sido mía, mi amante. Y pronto llegó ella.
Entró en la habitación en silencio y le noté por el rabillo del ojo, pero me mantuve ensimismado en mis recuerdos, reviviendo una y otra vez los besos, caricias, gemidos y gritos de aquella fémina que me obsequiase su todo, y giraba su identificación entre mis dedos. Necesitaba preservar lo más posible esa sensación. Y no es que no la amase a ella, la amaba con todo lo que podía amarla. Pero simplemente no podía quedarme y conformarme con ella, necesitaba más, necesitaba de ellas. Todas llegan a mis brazos y terminan tres metros bajo tierra.
Ella me saludó con un escueto "buenas noches" que me hizo salir de mi ensimismamiento. La odié por ello, maldita fuese ella por hacerme olvidar el sentimiento de satisfacción que recibiese minutos atrás. Maldita sea ella por no amarme, por no mostrarme cariño o interés. Maldita ella por hacerme amarla. Maldita ella por ser tan cortante. Maldito yo por amarla a ella. Y es que nuestra relación era algo enfermo, quizás morboso. Ella sabía todo sobre las otras y parecía no importarle, quizás yo tampoco le importase y fuese sólo otro loco en su vida. Pero no soy loco, soy diferente.
—Buenas noches. —respondí en un leve asentimiento, ocultando la molestia que me había causado. "¿Cuál buenas noches, maldita?" quería gritarle. Ganas no me faltaban de levantarle y abofetearla, ¿qué forma era esa de saludarme a mí? Pero me contuve. Me contuve por ese breve lapso, ¿era morboso e incorrecto que me excitara aquello?
Ella:
Alcé la barbilla en respuesta a la frialdad de su voz y deseé ser lo suficientemente fuerte para atravesar la habitación en una zancada para tomar su rostro y, mirándolo a los ojos, recordarle con las caricias de mi lengua sobre la suya de fuego que podía ser una amante mejor que las mujeres a las que le gustaba tocar. Mujerzuelas; sin mundo ni experiencia que por el sólo hecho de existir me parecían mujerzuelas. Demostrarle que mi piel era suave, cálida, dulce como la miel. Era virgen de todo salvo de él, ¿es que a caso no le significaba nada? Pero, por mucho que deseara encararlo de una vez no lo hice. No me atrevía a encararlo porque la fragilidad de mi alma me impedía dañarle. Prefería ser abofeteada por el desdén que herida por mi inocencia.
¡Maldita hora en que mis labios se habían topado con los suyos!Pasé saliva con dificultad y continué con mi tarea de quitarme los accesorios que estorbaban entre nosotros. Entrecerré los ojos y le deseé los peores horrores del mundo mientras las medias descendían por la pálida y tersa piel de mis piernas ¿Qué podría hacer con este amor que me encendía como no lo había hecho nada en mi vida de señorita? Y odié con cada fibra de mi cuerpo a ese hombre que no se dignaba a mirarme mientras me desvestía para él.
Solté un gemido intentando llamar su atención fingiendo que las medias se me habían enredado en las piernas y estaba a punto de caer. Debía castigarlo por la falta de amor y sería a su manera. Conocía su debilidad y me vengaría de él por haber destruido mi vida; Mi inocencia lo volvía loco en otros tiempos y ahora poco quedaba de ella, pero la suficiente como para aprender a usarla a mi favor. En días como esos yo era intocable para él y lo sabía. Caminé a medio desnudar mientras me soltaba el moño que me atoraba los pensamientos para dejarme caer con gracia de gacela sobre su cama y me recosté sobre sus almohadones de pluma con los labios entreabiertos. Siempre había estado consciente de mi belleza pero sólo ahora podía utilizarla. Esta noche no habría amor, sólo anhelo.
—¿Podrías ayudarme con el sujetador? —Pregunté con fingida inocencia mientras respiraba entrecortado y lo observaba con malicia. Lo haría pagar en carne, sí, su desprecio.
Alguien:
Volví a hundirme en mis pensamientos, esas noches mis pensamientos siempre estaban en el pasado de horas atrás, mis pensamientos eran para mis amantes. Era casi como un ritual silencioso de mi parte, así les mostraba el cariño que no pude darles en vida. Así que ella no existía, después ambos nos distansiábamos y terminábamos en lo que parecía una ruptura inminente, pero todo parecía arreglarse frente a una taza de café, con un cigarrillo en mano y Benedetti, Neruda, Borges, Sabines o Cortázar al aire; todo parecía a estar bien y se volvía a desmoronar, parecía un designio divino, un círculo vicioso bastante morboso entre nosotros. Ah, pero le amaba. Tenía sus momentos, pero la amaba. A veces la aborrecía, y a veces la amaba.
Volvió a sacarme de mis pensamientos con aquel gemido que había soltado en el sofá, algo bastante inoportuno y sin sentido. ¿Realmente esperaba que yo cayera en ese juego de niños? No, para nada.
Mis dedos extrajeron un cigarillo de la cajetilla que reposaba entre mis muslos, lo encendí en silencio y expulsé una bocanada de humo, recordando los sentimientos encontrados de horas atrás. Y ahí venía ella, a destrozarlo todo.
Mi mirada siguió su cuerpo casi desnudo hasta la cama a la cual se dejó caer con gracia y se recostó con los labios entreabiertos, buscando llamar mi atención. La maldecía. La maldecía porque la inocencia en ella se había esfumado, yo se la había arrebatado por completo. Y ahora parecía querer bajar a ser una de ellas, una amante más. Una vida que escurre entre mis manos, que me pertenece por poco tiempo y luego se marcha, y se olvidan.
Y ya no me quedaba de otra. Su posición, su voz, su respiración entrecortada y ese brillo en sus ojos. Sí, el brillo en sus ojos. Me tentaban su carnes, ese cuerpo que parecía flor en plena primavera. Ay de ella y ay de mí.
Avancé a la cama de forma lenta, como si no tuviese voluntad y deshice el sujetador con dos de mis dedos, mientras aspiraba un poco del cigarro y dejaba que el humo se filtrara entre mis labios. ¿Quería acaso ser una más de ellas? Podría hacerlo. Pero ay de ella.
Deseaba abofetearla por arruinarme la noche, por sacarme de mi ensimismamiento. Deseaba gritarle lo zorra que era por tratar de seducirme de esa forma. Deseaba darle el amor que tanto merecía y parecía no poder darle. Y la deseaba. Pero no podía porque ella era una flor viva, y yo era un viento abrasador, y mi corbata no combinaba esa noche.
— Es una hermosa noche.
Ella:
No respondí de inmediato, sólo me limité a sonreír con cierta satisfacción al saberme ganadora de este duelo, más no de la batalla, y regocijarme en su miseria. Él me quería, él no me tenía. Él me deseaba, yo le deseaba, yo me escabullía y así continuamos danzando entre las sábanas de seda que se interponían entre nosotros; acariciándonos con "amor" hasta acabar lo que juntos habíamos comenzado hacía un par de años. El último encuentro que tendríamos en aquella cama de sudor y lágrimas. Sí, lo había disfrutado como sólo una mujer forjada a fuego podía hacerlo pero ahora necesitaba mucho más que placer pasajero. yo quería ser la única mujer en la vida de alguien, no algo con lo que tuviera que conformarse. Quería ser el complemento…
Tendida sobre la cama, desnuda y sólo cubierta por el sudor que perlaba mi cuerpo me prometí a mí misma acabar con lo que ya estaba acabado. Sería la última vez que me tocara, que me saboreara de esa manera que sólo él sabía hacerlo. Me mantuve inmóvil y serena con los ojos abiertos humedecidos por la derrota. Mi vida, mi cuerpo y mi alma las había consagrado al hombre que daba la espalda otra vez sentado desde la butaca ¿Cuántas noches había deseado dormirme sobre su pecho? Sentir sus manos acariciando mi cabello o besando mi sien. De pronto la claridad iluminó mi -hasta ese entonces- nublada razón: Yo sólo era otro de sus juguetes. El más caro, por supuesto, el menos apetecible y menos valioso. Él no valoraba la vida, sólo valoraba la muerte. No tuve fuerzas para vestirme y recoger la poca dignidad que me quedaba y estaba repartida por la habitación junto a mis ropas, para huir de ese monstruo al que había permitido invadirme en la intimidad. Sólo me quedé ahí, tendida sobre la cama, desnuda y sólo cubierta por el sudor que bañaba mi cuerpo, y me prometí a mí misma acabar con lo que ya estaba acabado cuando aclarara.
Alguien:
Así fue como inició aquella batalla bajo las sábanas. La última, y ambos lo sabíamos. Toda esa hora fue gemidos, sudor y lágrimas. Lágrimas de ella y silencio mío. Y terminó tan pronto como empezó. Ella yacía ahora bajo las sábanas, su cuerpo desnudo perlado por el sudor estaba expuesto en varias áreas llamativas, las cuales incitarían a cualquiera a pecar, a caer en su dulce tentación. Y no importaba cuantas veces le tomara, cuantas veces mi cuerpo se amoldara entre sus piernas, yo sabía que ella jamás podría ser mía. ¿O podría? Quizás podría, podría hacerla mía.
Toda aquella charla personal transcurría mientras la observaba recostada en la cama, dándome la espalda. Dormida quizás, no estaba seguro. Ella lo era todo, y no era nada, qué complicada era nuestra relación. Bajé la vista al suelo unos instantes mientras meditaba la encrucijada donde nos hallábamos, ¿cuánto tiempo estaríamos así? ¿Meses? ¿Años? Ambos sabíamos que era un callejón sin salida desde el principio, y ahí seguíamos en las mismas redes una y otra vez, sin tregua alguna.
Ella era tan hermosa. Tan perfecta. Tan única y tan lejos de mi alcance. Sin importar que tantas veces la hubiese hecho mía, parecía no ser del todo mía. Y por eso la maldecía, porque no era mía como tantas otras lo han sido, y no podía soportar el hecho de marcharme de su vida a sabiendas que otro podría ocupar mi lugar, y ella fuese realmente suyo. Maldeciría mil veces al bastardo que tomase mi lugar. Pero no podía permitirlo.
— Ay de ti. —me lamenté por ella en voz alta. Tan dulce y frágil, tan grácil y perfecta, tan pura e inocente y no tenía aquello que merecía. Ni siquiera yo podía darle el amor que se merece. Y la vida era cruel pues el tiempo tarde o temprano llevaría a esa hermosa flor al otoño, se marchitaría y moriría. Y de tan solo pensar en sus carnes flácidas, las arrugas y los estragos que la vejez harían sobre ella me hicieron sentir un asco y repulsión por la vida, el tiempo y por mis propios huesos. Ella debía ser inmortalizada.
Avancé en la cama en silencio y le giré sobre la cama para acostarla boca-arriba. Mis piernas se centraron en sus costados y la observé mantener sus ojos cerrados, quizás fingiendo su sueño, pero no importaba. Pronto esa hermosa flor dormiría. Observé esas lágrimas sobre sus ojos, lágrimas por y para mí. Mis manos se deslizaron por esa suave piel perlada en el sudor de nuestro morboso amor, de nuestro morboso deseo el uno por el otro y se tensaron al llegar a su cuello.
— Shhhh... —musité apretando con fuerza su cuello. Mis dedos índice y corazón se cerraron sobre los músculos esternocleidomastoideos, mis pulgares apretaban sobre los tiroides y poco a poco subieron hasta el hueso hioides. Sus manos se colocaron sobre las mías mientras mis dedos se hundían y yo la miraba a los ojos. Podía ver su rostro amoratándose poco a poco ante la falta de aire, y las marcas de mis dedos pronto dejarían surcos sobre su cuello, nada que no pudiese arreglar luego.
Su mirada denotaba desconcierto y la resistencia que oponía era casi nula, como si de cierta forma se lo estuviese esperando, ¿era eso?—Tranquila... —susurré curvando mis labios en una ligera sonrisa, clavando mi mirada en los ojos para ver ese momento mágico que había visto en todas, cuando la vida se les escapaba en la mirada. —Haz sido la mejor de todas. —agregué mientras poco a poco su resistencia bajaba y el cuerpo de ella quedaba inerte en la cama, con una expresión ida y pronto su cuerpo dejó de moverse, y sus ojos fueron cubiertos por un manto cristalino.
La solté, y me quedé sentado sobre su abdomen. Le había mentido. Pero las mentiras no son buenas ni malas, simplemente son necesarias. Y esto había sido también necesario.
—Ay, amor, algún día lo entenderás... —musité alzando la vista al respaldo de la cama. —Ahora tú no entiendes pero tenía que hacerlo, ¿sabes? Tarde o temprano tu envejecerías y tu inocencia, y tu belleza, estarían perdidas. Pero no ahora, amor, porque ahora... eres eterna.
Y ahora ella yace en la cama. Su cuerpo desnudo y revelado ante mi vista. Yace con sus ojos abiertos los cuales he cerrado
Y ahora eres ternamente mía, junto con todas las otras que he admirado. Eternamente mías.
- Alguien en algún lugar.
Cuando entré a la habitación él se encontraba en el rincón más oscuro. Ya estaba acostumbrada a encontrarlo ensimismado, atrapado en su melancolía y no se fijara en mí. Tampoco es que me importara demasiado; estaba acostumbrada a ser la segunda en todo. Ser segundo es mejor que ser tercero, o cuarto, o ni si quiera ser de importancia. Me quité los tacónes y los dejé junto a la puerta. Me gustaba imaginarme siendo una bailarina con mucha clase y danzar por la alfombra practicando los pocos pasos de danza que recordaba, pero hoy sería la excepción a la regla. Cuando él se ensimismaba prefería estar lejos, distante, ausente. Cerré la puerta con cuidado de no hacer ruido y avancé hasta dejarme caer en la butaca de la entrada. Mis ojos se acostumbraron poco a poco a la luz mortecina y rebusqué en mi bolso con una mano para sacar un cigarrillo mientras con la otra intentaba bajar la cremayera de la falda que me apretaba la circulación.
No, no estaba de humor para reproches de su parte ni para ser cuidadosa con sus sentimientos. Lo evitaba tanto como él me evitaba a mí y me tragué la hiel antes de saludarlo con un escueto "Buenas tardes" No, no le perdonaría haberme despreciado aquella mañana. No le perdonaría anteponerlas a "ellas" a mí. No le perdonaría no haber cambiado en nombre del amor que sentía por él. A veces me preguntaba cuan enfermos estábamos ambos; Él para sentir gozo al asesinarlas y yo para aguantar la situación y amarlo ante todo, porque si de algo estaba segura en mi vida era de amarlo. Muchas veces envidié la veneración que sentía por todas ellas y deseé ser una más de aquellas mujeres que acababan en sus brazos. No es que no creyera que sería mi fin. Estaba tan consciente que mi vida acabría en sus brazos que, incluso, lo deseaba.
Sentía morbosa curiosidad por el dolor, el placer y sobretodo por el brillo de sus ojos. Llevé el cigarrilo hasta mi boca color cardenal y aspiré el humo a ojos cerrados y sintiéndo una conexión casi religiosa con el objeto entre mis labios. Exhalé el humo como queriendo exhalarlo a él, mi veneno personal. Mi salvador y mi verdugo ¿Dónde habían quedado mis valores? Me pregunté en voz baja mientras recordaba que el amor puede transformarlo todo.
Alguien:
Una noche más, una noche menos. Una vida más, una vida menos. Una mujer más, una mujer menos. Todo se reducía a nada, ironías de la vida. Aquellas mujeres, todas ellas me habían dado algo que yo jamás podría retribuirles y no hablaba solamente de la falacia del amor, sino de aquel regalo de inmensa gratitud. Me habían regalado sus besos, sus cuerpos, me habían regalado sus orgasmos... y yo había tomado como un regalo sus vidas. Una mujer más, una mujer menos.
Cloroformo, compañero de aventuras, dador de amantes. Oh, cloroformo, amigo inseparable.
No sabía cuanto tiempo llevaba en la esquina de mi lúgubre habitación, vagamente iluminada por la luz mortecina de la bombilla. Me hallaba cerca de la ventana, mirando hacia la calle iluminada por una que otra tintineante farola, pensando en aquella mujer que horas antes había sido mía, mi amante. Y pronto llegó ella.
Entró en la habitación en silencio y le noté por el rabillo del ojo, pero me mantuve ensimismado en mis recuerdos, reviviendo una y otra vez los besos, caricias, gemidos y gritos de aquella fémina que me obsequiase su todo, y giraba su identificación entre mis dedos. Necesitaba preservar lo más posible esa sensación. Y no es que no la amase a ella, la amaba con todo lo que podía amarla. Pero simplemente no podía quedarme y conformarme con ella, necesitaba más, necesitaba de ellas. Todas llegan a mis brazos y terminan tres metros bajo tierra.
Ella me saludó con un escueto "buenas noches" que me hizo salir de mi ensimismamiento. La odié por ello, maldita fuese ella por hacerme olvidar el sentimiento de satisfacción que recibiese minutos atrás. Maldita sea ella por no amarme, por no mostrarme cariño o interés. Maldita ella por hacerme amarla. Maldita ella por ser tan cortante. Maldito yo por amarla a ella. Y es que nuestra relación era algo enfermo, quizás morboso. Ella sabía todo sobre las otras y parecía no importarle, quizás yo tampoco le importase y fuese sólo otro loco en su vida. Pero no soy loco, soy diferente.
—Buenas noches. —respondí en un leve asentimiento, ocultando la molestia que me había causado. "¿Cuál buenas noches, maldita?" quería gritarle. Ganas no me faltaban de levantarle y abofetearla, ¿qué forma era esa de saludarme a mí? Pero me contuve. Me contuve por ese breve lapso, ¿era morboso e incorrecto que me excitara aquello?
Ella:
Alcé la barbilla en respuesta a la frialdad de su voz y deseé ser lo suficientemente fuerte para atravesar la habitación en una zancada para tomar su rostro y, mirándolo a los ojos, recordarle con las caricias de mi lengua sobre la suya de fuego que podía ser una amante mejor que las mujeres a las que le gustaba tocar. Mujerzuelas; sin mundo ni experiencia que por el sólo hecho de existir me parecían mujerzuelas. Demostrarle que mi piel era suave, cálida, dulce como la miel. Era virgen de todo salvo de él, ¿es que a caso no le significaba nada? Pero, por mucho que deseara encararlo de una vez no lo hice. No me atrevía a encararlo porque la fragilidad de mi alma me impedía dañarle. Prefería ser abofeteada por el desdén que herida por mi inocencia.
¡Maldita hora en que mis labios se habían topado con los suyos!Pasé saliva con dificultad y continué con mi tarea de quitarme los accesorios que estorbaban entre nosotros. Entrecerré los ojos y le deseé los peores horrores del mundo mientras las medias descendían por la pálida y tersa piel de mis piernas ¿Qué podría hacer con este amor que me encendía como no lo había hecho nada en mi vida de señorita? Y odié con cada fibra de mi cuerpo a ese hombre que no se dignaba a mirarme mientras me desvestía para él.
Solté un gemido intentando llamar su atención fingiendo que las medias se me habían enredado en las piernas y estaba a punto de caer. Debía castigarlo por la falta de amor y sería a su manera. Conocía su debilidad y me vengaría de él por haber destruido mi vida; Mi inocencia lo volvía loco en otros tiempos y ahora poco quedaba de ella, pero la suficiente como para aprender a usarla a mi favor. En días como esos yo era intocable para él y lo sabía. Caminé a medio desnudar mientras me soltaba el moño que me atoraba los pensamientos para dejarme caer con gracia de gacela sobre su cama y me recosté sobre sus almohadones de pluma con los labios entreabiertos. Siempre había estado consciente de mi belleza pero sólo ahora podía utilizarla. Esta noche no habría amor, sólo anhelo.
—¿Podrías ayudarme con el sujetador? —Pregunté con fingida inocencia mientras respiraba entrecortado y lo observaba con malicia. Lo haría pagar en carne, sí, su desprecio.
Alguien:
Volví a hundirme en mis pensamientos, esas noches mis pensamientos siempre estaban en el pasado de horas atrás, mis pensamientos eran para mis amantes. Era casi como un ritual silencioso de mi parte, así les mostraba el cariño que no pude darles en vida. Así que ella no existía, después ambos nos distansiábamos y terminábamos en lo que parecía una ruptura inminente, pero todo parecía arreglarse frente a una taza de café, con un cigarrillo en mano y Benedetti, Neruda, Borges, Sabines o Cortázar al aire; todo parecía a estar bien y se volvía a desmoronar, parecía un designio divino, un círculo vicioso bastante morboso entre nosotros. Ah, pero le amaba. Tenía sus momentos, pero la amaba. A veces la aborrecía, y a veces la amaba.
Volvió a sacarme de mis pensamientos con aquel gemido que había soltado en el sofá, algo bastante inoportuno y sin sentido. ¿Realmente esperaba que yo cayera en ese juego de niños? No, para nada.
Mis dedos extrajeron un cigarillo de la cajetilla que reposaba entre mis muslos, lo encendí en silencio y expulsé una bocanada de humo, recordando los sentimientos encontrados de horas atrás. Y ahí venía ella, a destrozarlo todo.
Mi mirada siguió su cuerpo casi desnudo hasta la cama a la cual se dejó caer con gracia y se recostó con los labios entreabiertos, buscando llamar mi atención. La maldecía. La maldecía porque la inocencia en ella se había esfumado, yo se la había arrebatado por completo. Y ahora parecía querer bajar a ser una de ellas, una amante más. Una vida que escurre entre mis manos, que me pertenece por poco tiempo y luego se marcha, y se olvidan.
Y ya no me quedaba de otra. Su posición, su voz, su respiración entrecortada y ese brillo en sus ojos. Sí, el brillo en sus ojos. Me tentaban su carnes, ese cuerpo que parecía flor en plena primavera. Ay de ella y ay de mí.
Avancé a la cama de forma lenta, como si no tuviese voluntad y deshice el sujetador con dos de mis dedos, mientras aspiraba un poco del cigarro y dejaba que el humo se filtrara entre mis labios. ¿Quería acaso ser una más de ellas? Podría hacerlo. Pero ay de ella.
Deseaba abofetearla por arruinarme la noche, por sacarme de mi ensimismamiento. Deseaba gritarle lo zorra que era por tratar de seducirme de esa forma. Deseaba darle el amor que tanto merecía y parecía no poder darle. Y la deseaba. Pero no podía porque ella era una flor viva, y yo era un viento abrasador, y mi corbata no combinaba esa noche.
— Es una hermosa noche.
Ella:
No respondí de inmediato, sólo me limité a sonreír con cierta satisfacción al saberme ganadora de este duelo, más no de la batalla, y regocijarme en su miseria. Él me quería, él no me tenía. Él me deseaba, yo le deseaba, yo me escabullía y así continuamos danzando entre las sábanas de seda que se interponían entre nosotros; acariciándonos con "amor" hasta acabar lo que juntos habíamos comenzado hacía un par de años. El último encuentro que tendríamos en aquella cama de sudor y lágrimas. Sí, lo había disfrutado como sólo una mujer forjada a fuego podía hacerlo pero ahora necesitaba mucho más que placer pasajero. yo quería ser la única mujer en la vida de alguien, no algo con lo que tuviera que conformarse. Quería ser el complemento…
Tendida sobre la cama, desnuda y sólo cubierta por el sudor que perlaba mi cuerpo me prometí a mí misma acabar con lo que ya estaba acabado. Sería la última vez que me tocara, que me saboreara de esa manera que sólo él sabía hacerlo. Me mantuve inmóvil y serena con los ojos abiertos humedecidos por la derrota. Mi vida, mi cuerpo y mi alma las había consagrado al hombre que daba la espalda otra vez sentado desde la butaca ¿Cuántas noches había deseado dormirme sobre su pecho? Sentir sus manos acariciando mi cabello o besando mi sien. De pronto la claridad iluminó mi -hasta ese entonces- nublada razón: Yo sólo era otro de sus juguetes. El más caro, por supuesto, el menos apetecible y menos valioso. Él no valoraba la vida, sólo valoraba la muerte. No tuve fuerzas para vestirme y recoger la poca dignidad que me quedaba y estaba repartida por la habitación junto a mis ropas, para huir de ese monstruo al que había permitido invadirme en la intimidad. Sólo me quedé ahí, tendida sobre la cama, desnuda y sólo cubierta por el sudor que bañaba mi cuerpo, y me prometí a mí misma acabar con lo que ya estaba acabado cuando aclarara.
Alguien:
Así fue como inició aquella batalla bajo las sábanas. La última, y ambos lo sabíamos. Toda esa hora fue gemidos, sudor y lágrimas. Lágrimas de ella y silencio mío. Y terminó tan pronto como empezó. Ella yacía ahora bajo las sábanas, su cuerpo desnudo perlado por el sudor estaba expuesto en varias áreas llamativas, las cuales incitarían a cualquiera a pecar, a caer en su dulce tentación. Y no importaba cuantas veces le tomara, cuantas veces mi cuerpo se amoldara entre sus piernas, yo sabía que ella jamás podría ser mía. ¿O podría? Quizás podría, podría hacerla mía.
Toda aquella charla personal transcurría mientras la observaba recostada en la cama, dándome la espalda. Dormida quizás, no estaba seguro. Ella lo era todo, y no era nada, qué complicada era nuestra relación. Bajé la vista al suelo unos instantes mientras meditaba la encrucijada donde nos hallábamos, ¿cuánto tiempo estaríamos así? ¿Meses? ¿Años? Ambos sabíamos que era un callejón sin salida desde el principio, y ahí seguíamos en las mismas redes una y otra vez, sin tregua alguna.
Ella era tan hermosa. Tan perfecta. Tan única y tan lejos de mi alcance. Sin importar que tantas veces la hubiese hecho mía, parecía no ser del todo mía. Y por eso la maldecía, porque no era mía como tantas otras lo han sido, y no podía soportar el hecho de marcharme de su vida a sabiendas que otro podría ocupar mi lugar, y ella fuese realmente suyo. Maldeciría mil veces al bastardo que tomase mi lugar. Pero no podía permitirlo.
— Ay de ti. —me lamenté por ella en voz alta. Tan dulce y frágil, tan grácil y perfecta, tan pura e inocente y no tenía aquello que merecía. Ni siquiera yo podía darle el amor que se merece. Y la vida era cruel pues el tiempo tarde o temprano llevaría a esa hermosa flor al otoño, se marchitaría y moriría. Y de tan solo pensar en sus carnes flácidas, las arrugas y los estragos que la vejez harían sobre ella me hicieron sentir un asco y repulsión por la vida, el tiempo y por mis propios huesos. Ella debía ser inmortalizada.
Avancé en la cama en silencio y le giré sobre la cama para acostarla boca-arriba. Mis piernas se centraron en sus costados y la observé mantener sus ojos cerrados, quizás fingiendo su sueño, pero no importaba. Pronto esa hermosa flor dormiría. Observé esas lágrimas sobre sus ojos, lágrimas por y para mí. Mis manos se deslizaron por esa suave piel perlada en el sudor de nuestro morboso amor, de nuestro morboso deseo el uno por el otro y se tensaron al llegar a su cuello.
— Shhhh... —musité apretando con fuerza su cuello. Mis dedos índice y corazón se cerraron sobre los músculos esternocleidomastoideos, mis pulgares apretaban sobre los tiroides y poco a poco subieron hasta el hueso hioides. Sus manos se colocaron sobre las mías mientras mis dedos se hundían y yo la miraba a los ojos. Podía ver su rostro amoratándose poco a poco ante la falta de aire, y las marcas de mis dedos pronto dejarían surcos sobre su cuello, nada que no pudiese arreglar luego.
Su mirada denotaba desconcierto y la resistencia que oponía era casi nula, como si de cierta forma se lo estuviese esperando, ¿era eso?—Tranquila... —susurré curvando mis labios en una ligera sonrisa, clavando mi mirada en los ojos para ver ese momento mágico que había visto en todas, cuando la vida se les escapaba en la mirada. —Haz sido la mejor de todas. —agregué mientras poco a poco su resistencia bajaba y el cuerpo de ella quedaba inerte en la cama, con una expresión ida y pronto su cuerpo dejó de moverse, y sus ojos fueron cubiertos por un manto cristalino.
La solté, y me quedé sentado sobre su abdomen. Le había mentido. Pero las mentiras no son buenas ni malas, simplemente son necesarias. Y esto había sido también necesario.
—Ay, amor, algún día lo entenderás... —musité alzando la vista al respaldo de la cama. —Ahora tú no entiendes pero tenía que hacerlo, ¿sabes? Tarde o temprano tu envejecerías y tu inocencia, y tu belleza, estarían perdidas. Pero no ahora, amor, porque ahora... eres eterna.
Y ahora ella yace en la cama. Su cuerpo desnudo y revelado ante mi vista. Yace con sus ojos abiertos los cuales he cerrado
Y ahora eres ternamente mía, junto con todas las otras que he admirado. Eternamente mías.
- Alguien en algún lugar.
domingo, 29 de abril de 2012
Veritatis.
La verdad se defiende por sí misma. No necesita ayuda o mentiras y nunca las necesitará. La autonomía de su pureza trasciende en lo falaz de su traje, misma vestimenta hecha e impuesta sobre esta por los que tienen poder sobre la verdad. Autónoma como incomprendida, sabia y sublime. No le importa ser benévola ni le importa a quien destruya.
- Alguien en algún lugar.
- Alguien en algún lugar.
Como asesinar a alguien sin ser detectado.
Tips de Alguien:
1.- Use guantes en todo momento.
2.- Oculte su cabello bajo una gorra similar a las usadas por los médicos en las operaciones.
3.- Los médicos también suelen cubrir sus zapatillas con algo similar a dichas gorras, consigue un par también.
Con eso, ya elimina su presencia de la escena del crimen. Ahora, si quiere matar a alguien es preferible que sea un desconocido porque así no entra en la lista de sospechosos, y si sus víctimas no tienen relación una con la otra, aún mejor. Sede a la víctima con cloroformo y secuéstrela en su propio auto para que no lo denuncien de robado, llévelo lejos de la ciudad a un sitio donde no sea fácil hallarles. Haga lo que tenga qué hacer con él y luego lo mata.
Después de la muerte tiene varias opciones disponibles:
a) Puede mutilar el cuerpo en secciones e ir a unas vías del tren -previamente localizadas, favor de revisar los horarios de pasajes de los trenes a tiempo, debe estar todo minuciosamente planeado- y después de que el tren pase, acueste el cadáver en las vías con cuidado sobre los rieles para que parezca que murió aplastado en un accidente o suicidio.
b) Puede cortar el cuerpo y separar lo comestible de lo que no lo es, ¡incluso con eso puede hacer una carne asada e invitar a amigos y familiares! El resto lo quema y lo entierra en un hueco en el jardín, y planta un árbol sobre este para que no sea tan sospechoso ni se le hagan preguntas.
c) Derrita en ácido todo lo que haya usado en el crimen, junto con identificaciones, vestido y todo lo sobrante de la víctima (puede incluso poner el cadáver ahí).
d) Envénenelo con arsénico. Es un veneno muy fuerte que cuando se hace la autopsia, no se haya en su interior. Después de la muerte se encuentra entre las uñas y los folículos del cabello pero no se revisan estos casi nunca así que pasa como muerte natural.
¿Dudas?
PD: Se pueden mezclar las ideas.
- Alguien en algún lugar.
miércoles, 25 de abril de 2012
El escritor.
La pluma temblaba en mis manos, queriendo echarse a volar sobre las hojas para plasmar historias, ideas, pensamientos y un sinfín de emociones que parecían deseosas de materializarse. Pero simplemente nada salía, mi mano estaba inerte, como si no tuviese vida y mi mente estaba en blanco. Mis ojos estaban cansados y mi espalda acalambrada de tantas horas de estar sentado en aquella lúgubre habitación, a la luz de una lámpara que iluminaba de forma tenue y parpadeante a momentos.
La estancia estaba en la más profunda oscuridad salvo por la luz de la llama que parecía danzar sobre la vela. El lugar sólo era adornado por un viejo librero vacío lleno de polvo que se fue acumulando por los años y aquel viejo escritorio en la esquina de la habitación donde me encontraba.
Solía encerrarme ahí desde hace unos días, meses quizás. Desde que ella me había abandonado. Este era mi refugio, el lugar donde no existían problemas salvo yo, en la compañía de las palabras, de mis versos. Pero desde hace seis meses, desde que ella se marchó, jamás volví a escribir. ¿Cómo podría escribir cuando mi musa había salido de mi vida?
El tiempo parecía no existir en la soledad de la habitación, todo estaba detenido y el momento era uno, era eterno. Y así fue como lo concebí, escribiría -o más bien, describiría- a la mujer perfecta, pero perfecta para mí.
La pluma se posó nuevamente sobre las hojas y tenía una extraña sensación sobre mi espalda, excitación quizás. ¿Cómo debía ser esa mujer perfecta? Lo sabía, lo sabía. No debía ser como ella.
Debe tener boca y lengua para hablarme, para besarme, para disfrutar. Para llenarme de "te amos" sinceros.
Debe tener brazos para rodear mi torso, para sostenerme y no demarme caer ni que yo caiga.
Debe tener manos para acariciar mi rostro, mi cuerpo; para sostener mis manos y entrelazar nuestros dedos.
Debe tener ojos para verme a mí y sólo a mí.
Y un cuerpo que yo pueda tocar, sentir, degustar, un cuerpo esbelto que pueda ser mío, de nadie más.
De piel clara como la nieve y de cabello oscuro como la noche.
La pluma se escurre entre mis dedos. Mujer perfecta, mujer mía, mujer de nadie. Eres palabras en un escrito pero existes. Vives por mí.
Existes porque te pienso, y vienes si te nombro, y desapareces si te olvido.
- Alguien en algún lugar.
sábado, 21 de abril de 2012
Nota #8
Estoy sentado en la misma mesa donde nos solíamos ver y tú estás conmigo. Tú eres la silla sola, ventana entrecerrada, hot cackes con dulce de manzana, eres la soledad que me acompaña y no me puedo quejar, porque sea como sea no estoy solo, se siente fría tu ausencia en la mesa, tal vez deba de cerrar la ventana.
Me han servido el chocomilk que siempre pedimos, ese que a veces no nos acabamos por tanto platicar; pero te repito, me senté en la misma mesa donde nos solíamos ver y al no ver tu presencia me dio frío.
- Yafté Gómez.
Lejos
No te puedes alejar, no puedes salir de mi vida aún. Hay tantas cosas que no he dicho ni hecho, y debo hacerlas.
Tengo que escucharte.
Tengo que hablarte.
Tengo que palparte.
Tengo que mirarte.
Tengo que sentirte.
Tengo que probarte.
Sencillamente tengo que tenerte.
- Alguien en algún lugar.
Tengo que escucharte.
Tengo que hablarte.
Tengo que palparte.
Tengo que mirarte.
Tengo que sentirte.
Tengo que probarte.
Sencillamente tengo que tenerte.
- Alguien en algún lugar.
viernes, 20 de abril de 2012
Cannibal Song.
Siempre he pensado que la vida es demasiado sencilla para preocuparse por miedos o tonterías. La gente vive y muere a cada momento, ¿y qué gana con preocuparse? Acortar su tiempo, arruinar sus vidas y no disfrutar el poco tiempo que tienen con ella. Pero igual no sé porqué estoy pensando en esto. Siempre me pasa cuando estoy frente a un cádaver, como ahora.
El cuerpo que acababa de llegar era de una mujer de piel clara, la cual ya había tomado los tonos pálidos y su piel estaba ligeramente fría. La habían asesinado a puñaladas en su abdomen y ahora la tenía frente a mí, a punto de empezar con la necropsia de ley. Siempre que tengo un cadáver en frente termino pensando en esto e imaginándome sus vidas, ¿qué podía ser ella?
Y me imagino la vida que pudo haber llevado. A juzgar por sus rasgos no debía tener más de 20 años, su cabello oscuro y esos labios carnosos me gustaban, era una lástima que muriese tan joven. Quizás era abogada o secretaria, me gustan las secretarias, siempre he tenido un fetiche con ellas, y más si son bastante serviciales. Como en esas películas porno donde las secretarias son inocentes, serviciales y hacen lo que se les dice. Entonces me río al recordar aquella frase de Israel Landeros: "Secretarias que están demasiado ricas o ricas que están demasiado secretarias". No puedo estar más de acuerdo con eso.
Marcelo me golpea el hombro cuando ve el morbo con el que miro el cadáver, no puedo evitarlo, era hermosa. Me gustaría más si no tuviera esas cuchilladas en el vientre. A él no parece molestarle mucho la forma en que le miro, supongo que está acostumbrado porque más de una vez me ha sorprendido tocando el cadáver de alguna mujer; no es tan a menudo porque a diario nos llegan ancianos o niños pequeños, e intentar o sentir algo por ellos es algo enfermo. Digo, ¿quién puede estar tan enfermo como para manosear el cadáver de un anciano o niño? ...Gente de estos días, me cae.
—Te apuesto a que era una secretaria. —dije en voz baja mirando a Marcelo por el rabillo del ojo, curvando mi comisura izquierda en una pequeña sonrisa. Él se dedica a escuchar mientras prepara los instrumentos cerca de la mesa y el cadáver.
—Siempre son secretarias. —responde con aire cansado, como si estuviese harto o resignado, como si fuese la cosa más predecible.
Y yo me enojo porque tiene pinta de secretaria y eso me excita, pero Marcelo nunca entiende porque es un pendejo, frígido y vaya yo a saber qué tantas cosas más.
Me pongo los guantes en silencio y el cubrebocas antes de empezar. Veo a Marcelo de reojo mientras se aleja para buscar la cámara y el marcador de indicios que vamos encontrando. Yo aprovecho para mirar de nuevo a la chica e imagino que es mi secretaria. Y mi mano izquierda se desliza lentamente hasta su seno izquierdo, estrujándolo ligeramente con las puntas de mis dedos, sintiendo el roce de su pezón contra la palma de mi mano. Está reseco. Pienso que debería humedecerlo un poco pero Marcelo entra en la sala y frunce el ceño al verme. No quiero iniciar una discusión así que me dispongo a controlarme.
—¿Puedes dejar de hacer eso y comportarte?
—Ya, ya, ya. Deja de estar mamando y trae la cámara.
Comenzamos observando el cadáver buscando indicios o marcas de nacimiento para que los familiares puedan identificarlo -tarea que me costó trabajo, la chica tenía cuerpo tremendo y era difícil no querer tocarlo. Ustedes saben como es eso, ¿no?-. Marcelo va escribiendo todo y tomando fotos de cicatrices y lunares. Yo tomo fotos de la lividez cadáverica que ya está en la espalda del cadáver, suponía que debía llevar entre 8 y 10 horas muerta, ya que estas manchas no se movían.
Sé que no puedo tocarla y eso me disgusta, así que empezamos ahora con mi segunda pasión: Autopsias. La gente siempre se asqueó al saber mis gustos, vaya yo a saber qué les daba tanto asco. Para mí, un cadáver tiene una belleza y una dignidad que ningún cuerpo con vida puede alcanzar jamás. Hay una calma en la muerte que me tranquiliza.
Marcelo me alcanza el bisturí y lo presiono ligeramente sobre su pecho para comenzar a abrirla, es una lástima porque es muy bonita. Y parece una secretaria. Como en esas películas porno donde las secretarias son inocentes, serviciales y hacen lo que se les dice. Honestamente no sé que pensar, no sé si hay secretarias que están demasiado ricas o ricas que están demasiado secretarias.
—¿Qué estás esperando?
—Nada.
—¿Puedes apurarte? Tengo hambre.
—¿Me pasas mis audifonos?
—¿Para qué? Termina la necropsia y ya.
—Es que... Te vas a burlar pero todo es mejor cuando hay un soundtrack en el momento, y tengo el perfecto para este.
Marcelo rueda los ojos y me alcanza mi celular y audifonos bufando. Sólo me dedico a sonreír y observar el cadáver mientras busco poco a poco la canción adecuada: Cannibal Song, de Ministry.
Es como dice Israel Landeros en su libro Bonito Cliché, su cuento de "Soundtracks". Hay momentos que necesitan un soundtrack en la vida. Quizás yo sea bastante raro o simplemente soy bastante especial. La chica ya no me atrae en un sentido sexual cuando se trata de mi psicopatía, por eso Marcelo me entiende, creo.
Conforme la canción se reproduce siento que todo a mi alrededor desaparece. Ahora sólo somos ella, el bisturí y yo. Y me siento como un psicópata y ella es mi víctima y mi musa, y plasmaré en ella el cariño que no pude darle en vida. Sólo ella, el bisturí y yo. Quzias por eso elegí este empleo, no estoy seguro.
Y sin más, me dispongo a comenzar.
"Dehumanize. Lobotomize. Thrown into a cell, swallow your pride in an infant mind".
http://www.youtube.com/watch?v=7-mYjpNsPPA
- Alguien en algún lugar.
martes, 17 de abril de 2012
El césped
Hoy en la tarde platicando con el césped me contó lo difícil que es ser césped; lo difícil que es que te pisoteen y aún así crecer fuerte y verde; lo fácil que es existir en la tierra, desde abajo, ser el obrero en las plantas; ya saben, el que hace el trabajo sucio para que las gardenias y los jazmines se luzcan, pero de todo esto le pregunté al césped que lo motivaba a seguir siendo césped.
Él me contestó que no tenía otra opción, pero que aún así él era feliz, porque si e´l quería secarse y arruinar el jardín lo podía hacer cuando quisiera. Él sabe que su trabajo es indispensable y eso es lo que hace que sienta orgullo. Sabe que sin él, el jardín no sería jardín, y las flores no serían más que vegetación colorida y coqueta en un fondo café arena, con olores mezclados a tierra mojada, gardenias frescas, jazmines floreando, rosas hostigando las narices del que se llamaría jardinero sin césped.
Recordaré toda la vida esta plática con el césped, aquel obrero olvidado de color verde, quemado por el sol y apunto de secarse, pues no es regado con aguas de esperanza frecuentemente.
- Yafté Gómez.
Él me contestó que no tenía otra opción, pero que aún así él era feliz, porque si e´l quería secarse y arruinar el jardín lo podía hacer cuando quisiera. Él sabe que su trabajo es indispensable y eso es lo que hace que sienta orgullo. Sabe que sin él, el jardín no sería jardín, y las flores no serían más que vegetación colorida y coqueta en un fondo café arena, con olores mezclados a tierra mojada, gardenias frescas, jazmines floreando, rosas hostigando las narices del que se llamaría jardinero sin césped.
Recordaré toda la vida esta plática con el césped, aquel obrero olvidado de color verde, quemado por el sol y apunto de secarse, pues no es regado con aguas de esperanza frecuentemente.
- Yafté Gómez.
domingo, 15 de abril de 2012
Tengo hambre de ti.
Tengo hambre de ti.
Siempre que te observo,
siempre que te sueño.
Siempre que te escucho, hablo y acaricio.
Siempre que te escribo,
siempre que te respiro.
Siempre tengo hambre de ti.
- Alguien en algún lugar.
Siempre que te observo,
siempre que te sueño.
Siempre que te escucho, hablo y acaricio.
Siempre que te escribo,
siempre que te respiro.
Siempre tengo hambre de ti.
- Alguien en algún lugar.
Yo quiero
Yo quiero ser tu primero en todo.
Quiero ser el primer hombre que beses, el primer hombre en el que te fijes. Quiero ser el primer hombre al que ames, el primero al que le leas tu poesía y tus historias. El primero en cosas sencillas y complejas; desde invitarte una taza de café hasta escuchar tus problemas. Quiero ser el primero en todo.
Quiero ser el primero al que le digas un "te amo" sincero, el primero en tu cama, el primero con el que salgas en tu vida. Pero sé que no soy el primero... Así que me conformo con pensar que es así, y con ser el último.
Quiero ser el último en todo.
-Alguien en algún lugar.
Quiero ser el primer hombre que beses, el primer hombre en el que te fijes. Quiero ser el primer hombre al que ames, el primero al que le leas tu poesía y tus historias. El primero en cosas sencillas y complejas; desde invitarte una taza de café hasta escuchar tus problemas. Quiero ser el primero en todo.
Quiero ser el primero al que le digas un "te amo" sincero, el primero en tu cama, el primero con el que salgas en tu vida. Pero sé que no soy el primero... Así que me conformo con pensar que es así, y con ser el último.
Quiero ser el último en todo.
-Alguien en algún lugar.
Un mensaje de vida para la vida
Y pensar que la vida se nos va por lo general en preocupaciones; una de tantas es el miedo que le tenemos en sí a la vida misma o al fin de ésta. Sería simpático que nuestras preocupaciones se fueran por la puerta mas ancha que tengan por cruzar para nunca mas volver, ¿no es así?
Pero, ¿cuál es el gran temor que nos invade? Aunque no lo asumimos ni mucho menos asimilamos: El fin de la vida. Pero, ¿qué es la vida? ¿quién no se ha hecho esta pregunta? ¿o cuál es el sentido real de una vida? Las respuestas las iremos viendo mas adelante.
Vamos a un caso de agobiación inconsciente, inadvertida y colectiva:
Nos cuidamos por la preocupación que tenemos de morir -sin siquiera planteárnoslo- o sufrir antes de un inesperado y despreciado deceso; nos alimentamos por la preocupación -o el miedo- de no gozar de una buena salud que nos permita seguir viviendo; nos interctúamos por la preocupación y el miedo de vernos muertos y solitarios; nos acostamos -inconscientemente pensando- asumiendo que por cada día que pasa, somos mas viejos -pero nadie se plantea que es un día mas sabio- con la preocupación de que puede ser nuestra última noche y cuando nos despertamos al día siguiente y nos damos cuenta de que aún estamos vivos, nos preocupamos porque dormimos mal, y he ahí la reiteración de nuestros inadvertidos temores, que de sólo tomarlos en cuenta, se nos pondría gélida la carne hasta el mas profundo de los suspiros del alma.
¿Fe? ¿para qué? ¿por qué? Y después de las respuestas que nosotros mismos nos damos, nos encontramos sumidos en el temor de que en otras vidas mas allá de nuestra existencia en carne, no haya nadie que nos reciba en su regazo y nos acoja con alegría y redención por haber superado la barrera entre la vida y nuestra "nueva vida" porque muerte es una palabra muy fea, ¿o no?
Pero volvamos a plantearnos: ¿Qué es la vida? Para algunos es la existencia, para otros es algo mas profundo, como por ejemplo: La unión de varios componentes que conforman un ser destinado a ser sabio al final de sus días (algo rara esta respuesta, ¿no?). Pero en fin, para mí, la vida es una suceción de momentos que componen a un ser destinado a solo dejar de vivir, independiente de qué sea: Persona, animal u objeto. Todo tiene un fin.
¿Cuál es el sentido real de una vida? Es curiosa esta pregunta, ¿por qué? Porque para responderla, tendría que dejar el espacio en blanco. ¿Cómo se da esto? Si bien es cierto que tenemos ideales que puedan otorgarle algo de "sentido" a nuestras vidas, no es menos cierto que solamente tratamos de hacer un poco mas honrosa nuestra muerte y hacer un poco mas latente nustra huella póstuma a nuestra partida. Ahora bien, veamos -dijo el ciego-: ¿Cuál es el sentido real de una vida? NINGUNO, pero es hermoso, divertido y hasta urgentedarle algo de humor, pasión, idealismos, etc. ¿Y por qué no tiene sentido? Porque en síntesis, nuestra vida se reduce a solo una estrofa dentro de una existencia colectiva, la cual debe acabar; ¿más fácil? TODO MORIMOS.
Preocupaciones. ¿Para qué? Angustias. ¿Para qué? Miedo. ¿Para qué? Es muy cierto que las preocupaciones, las angustias y el miedo nos ayudan a sobrevivir, pero pareciera ser que no nos interesa vivir, porque estamos cada vez mas pendientes de sobrevivir, preocupándodnos por todo, angustiándonos por nada y peor aún: TENIENDO MIEDO.
¿Solución? Muy fácil, la ignorancia es la clave que sugiere esta vida para la vida -no confundir con la estupidez-. ¿Ignorar qué? Los tres factores ya mencionados son los que han de hacer nuestra existencia en algo miserable; ¿nos merecemos esto? Si quieres te lo mereces, pero no me tomes dentro de tus ideales; para mí, yo no me merezco estar mal o ser alguien miserable; soy perfecto a mi manera y me adoro como tal, pero miedo no le tengo a la muerte, ya que asumí como algunos cuántos, que la muerte es la prolongación de mi vida mas allá de mi carne y lo tangible que haya en mí.
La salvación de una mente enferma y que sufre por todo lo anteriormente mencionado, son sólo dos frases: La primera la conocí cuando era aún un niño: ¡HAKUNA MATATA! (No te angusties) y la segunda la aprendí con los años: CARPE DIEM (Aprrovecha el día).. ¿No ven qué fácil es vivir a concho y bien? Disfruten el momento, aprovecha lo que te queda de día, son mis más sinceros deseos.
Hasta siempre a todos.
- Pablo Ignacio.
Pero, ¿cuál es el gran temor que nos invade? Aunque no lo asumimos ni mucho menos asimilamos: El fin de la vida. Pero, ¿qué es la vida? ¿quién no se ha hecho esta pregunta? ¿o cuál es el sentido real de una vida? Las respuestas las iremos viendo mas adelante.
Vamos a un caso de agobiación inconsciente, inadvertida y colectiva:
Nos cuidamos por la preocupación que tenemos de morir -sin siquiera planteárnoslo- o sufrir antes de un inesperado y despreciado deceso; nos alimentamos por la preocupación -o el miedo- de no gozar de una buena salud que nos permita seguir viviendo; nos interctúamos por la preocupación y el miedo de vernos muertos y solitarios; nos acostamos -inconscientemente pensando- asumiendo que por cada día que pasa, somos mas viejos -pero nadie se plantea que es un día mas sabio- con la preocupación de que puede ser nuestra última noche y cuando nos despertamos al día siguiente y nos damos cuenta de que aún estamos vivos, nos preocupamos porque dormimos mal, y he ahí la reiteración de nuestros inadvertidos temores, que de sólo tomarlos en cuenta, se nos pondría gélida la carne hasta el mas profundo de los suspiros del alma.
¿Fe? ¿para qué? ¿por qué? Y después de las respuestas que nosotros mismos nos damos, nos encontramos sumidos en el temor de que en otras vidas mas allá de nuestra existencia en carne, no haya nadie que nos reciba en su regazo y nos acoja con alegría y redención por haber superado la barrera entre la vida y nuestra "nueva vida" porque muerte es una palabra muy fea, ¿o no?
Pero volvamos a plantearnos: ¿Qué es la vida? Para algunos es la existencia, para otros es algo mas profundo, como por ejemplo: La unión de varios componentes que conforman un ser destinado a ser sabio al final de sus días (algo rara esta respuesta, ¿no?). Pero en fin, para mí, la vida es una suceción de momentos que componen a un ser destinado a solo dejar de vivir, independiente de qué sea: Persona, animal u objeto. Todo tiene un fin.
¿Cuál es el sentido real de una vida? Es curiosa esta pregunta, ¿por qué? Porque para responderla, tendría que dejar el espacio en blanco. ¿Cómo se da esto? Si bien es cierto que tenemos ideales que puedan otorgarle algo de "sentido" a nuestras vidas, no es menos cierto que solamente tratamos de hacer un poco mas honrosa nuestra muerte y hacer un poco mas latente nustra huella póstuma a nuestra partida. Ahora bien, veamos -dijo el ciego-: ¿Cuál es el sentido real de una vida? NINGUNO, pero es hermoso, divertido y hasta urgentedarle algo de humor, pasión, idealismos, etc. ¿Y por qué no tiene sentido? Porque en síntesis, nuestra vida se reduce a solo una estrofa dentro de una existencia colectiva, la cual debe acabar; ¿más fácil? TODO MORIMOS.
Preocupaciones. ¿Para qué? Angustias. ¿Para qué? Miedo. ¿Para qué? Es muy cierto que las preocupaciones, las angustias y el miedo nos ayudan a sobrevivir, pero pareciera ser que no nos interesa vivir, porque estamos cada vez mas pendientes de sobrevivir, preocupándodnos por todo, angustiándonos por nada y peor aún: TENIENDO MIEDO.
¿Solución? Muy fácil, la ignorancia es la clave que sugiere esta vida para la vida -no confundir con la estupidez-. ¿Ignorar qué? Los tres factores ya mencionados son los que han de hacer nuestra existencia en algo miserable; ¿nos merecemos esto? Si quieres te lo mereces, pero no me tomes dentro de tus ideales; para mí, yo no me merezco estar mal o ser alguien miserable; soy perfecto a mi manera y me adoro como tal, pero miedo no le tengo a la muerte, ya que asumí como algunos cuántos, que la muerte es la prolongación de mi vida mas allá de mi carne y lo tangible que haya en mí.
La salvación de una mente enferma y que sufre por todo lo anteriormente mencionado, son sólo dos frases: La primera la conocí cuando era aún un niño: ¡HAKUNA MATATA! (No te angusties) y la segunda la aprendí con los años: CARPE DIEM (Aprrovecha el día).. ¿No ven qué fácil es vivir a concho y bien? Disfruten el momento, aprovecha lo que te queda de día, son mis más sinceros deseos.
Hasta siempre a todos.
- Pablo Ignacio.
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